Si
pensamos que hasta la bendita lluvia se nos empieza a hacer bola, y eso que
sabemos que más pronto o más tarde la estaremos echando de menos, ya tenemos un
baremo fiable de cómo de difícil es la condición humana y que opinar es, además
de barato, a menudo un ejercicio vano.
Sirva
esta introducción para dejar claro que lo que continúa es una serie de
reflexiones personales, dichas sin ánimo de molestar y fruto de la observación
desde mi pantallita durante unas cuantas horas de lo que aconteció en esta
Semana Santa 2025.
Todo
balance debe comenzar con un agradecimiento a las personas que en unos días de
perros salieron de su casa con el hábito bajo el brazo y realizaron su
ejercicio de penitencia. Ellos, bien para pasar frío en la fila o pelear sin
tregua con el viento, bien para llevar sobre sus hombros o cerviz el mucho peso
de las sagradas imágenes o bien para marcar el paso en las bandas son el
ingrediente principal de una receta que lleva cocinándose siglos y que si sigue
viva en el XXI es solo gracias a su ímpetu generosidad y entrega.
Como
siempre, en algunas de las procesiones se echó de menos algún hermano más.
Aunque la buena noticia es confirmar que seguimos contando con algunas
cofradías en proceso de crecimiento. Por ejemplo, vimos una Universitaria con
una presencia imponente, a pesar de un Martes Santo frío como pocos y las dos
procesiones del Miércoles también estuvieron a gran altura. Y aunque no saliera
a la calle el Nazareno –que buenas lágrimas costó a sus hermanos–, la vista de
San Julián llena es un termómetro de lo que prometía haber sido un gran Viernes
Santo para la Congregación.
La
lluvia amargó a muchos, amenazó, fue, vino y volvió y hubo, además de las
cancelaciones, algunos recortes de recorrido y alguna búsqueda de refugio. Sé
que es fácil hablar en frío y muy difícil decidir en el momento, pero creo que
conviene insistir en la necesidad de reducir al máximo el riesgo ante la
amenaza de lluvia.
Soy
consciente de que si en el momento de la salida no está lloviendo es
verdaderamente complicado suspender, pero creo que debemos entre todos generar
un clima de opinión en el que las juntas de Gobierno no tengan una presión
asfixiante que en ocasiones lleva a cometer errores. En todo caso, máxima
empatía y respeto hacia quienes tienen esa responsabilidad que por nada del
mundo quisiera tener.
Porque
imaginen salir a la puerta del templo, abarrotada hasta los topes, a decir que
no hay procesión. Cuesta si está diluviando, cuando más si justo en ese momento
hay un claro, por efímero que sea. Porque si algo queda claro un año más es que
la Semana Santa interesa y apasiona. Las calles en la mayoría de recorridos son
un testimonio elocuente. También hay que agradecer a esos ya célebres cofrades
de acera que con su calor hacen más grande la procesión y la convierten en un
momento vibrante y único.
Así
que, barriendo para lo mío, sigo sin entender que teniendo la posibilidad de
formar parte de la salida más monumental posiblemente de España la Dominicana
haya decidido apagar las luces de San Esteban en su Madrugada. Repito aquí lo
que dije en un acto en la propia hermandad, donde ya se me indicó que salir sin
luz es una manera de resaltar los pasos y que hay otras 364 noches para
disfrutar de la fachada de los Dominicos. Mi contestación, entonces y ahora, es
que no he conocido a nadie al que le resulte repetitivo cenar todas las noches
unas lonchas a cuchillo de jamón ibérico de bellota, vitola negra.
La
Semana Santa tiene mucho de repetición y de rito y aunque hay hallazgos con el
paso de los años, aquí hay uno que piensa (respetuosa y humildemente) que la
fachada debe brillar como siempre y que Nuestro Padre Jesús de la Pasión debe
ir de blanco.
Hechos
ya unos cuantos amigos, dejo de momento el cuaderno de apuntes. Ya habrá tiempo
de volver en los próximos meses sobre otras cuestiones. Solo me queda
aprovechar la ocasión para agradecer, de todo corazón, a todos los amigos de la
Tertulia la concesión del galardón Francisco Rodríguez Pascual. Un honor
inmenso que sé que no merezco y que asumo porque entiendo que con él se
reconoce también la gran labor de todos los que desde cada puesto hacen La 8
Salamanca, que se dejan la piel cada Semana Santa para que muchas personas
puedan seguir de cerca una manifestación única, tradición, vivencia, futuro,
que a muchos nos sigue inflamando el alma.
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