Me resulta cuanto menos curioso que, de
un tiempo a esta parte, se están programando festejos taurinos para fechas
otrora sagradas como son los días de la Semana Santa.
De todos es sabido que Valencia y
Fallas, previo pistoletazo también levantino de la Magdalena de Castellón,
congregan toda la actualidad taurina primaveral sin desmerecer otros lugares
como los certámenes de novilladas en diversos lugares o festivales
primaverales. También, cómo no, el Carnaval del Toro o el rito iniciático anual
del gélido Valero, en nuestro territorio reivindicado por el PICHA (Partido
Independiente Charro), del cual hablaré más adelante.
Sinceramente, el toro, como la
primavera, siempre aparecía cuando las heladas empezaban a quitar esa pelusilla
del morrillo de los toros norteños y mesetarios y las gélidas noches arrecian para
dar paso a días de ingentes baños solares, teñidos con alguna nube marceña o
abrileña que puede fastidiar todo más que la Prócula de los evangelios
apócrifos. Toros, Resurrección, Pascua conformaban un trinomio cuasi
indisoluble. Pero ahora con la turistificación
o turistización o gentrificación de
la Semana Santa, parece que hay que ofrecer espectáculos taurinos a más
siniestro que diestro para completar la oferta turística. Hasta, se dan casos
que decía el consiliario cofrade bajito, malhumorado y de secano apellido,
gracias a Dios vistiendo sotana en el infierno del olvido, que hasta los curas
y prestes se prestan a la presentación de campañas publicitarias de Cámaras de
Comercio y demás monipodios que pueblan este mundillo. Hay que reconocer que
hasta las meretrices hacen su agosto en Semana Santa por aquello que una vez
quitados cíngulo, capirote y costal, hay que revivir lo del Miércoles de
Ceniza, volver al polvo. Total, «turismo eres, y en turismo te convertirás».
Lo último, nos viene desde Roma; desde
un Vaticano que puso como ejemplo, otra vez más, a un Papa anciano de muchas
palabras, elocuentes gestos y escasos hechos, recientemente fallecido y
enterrado en la más española de las basílicas romanas, se nos propone unificar
las fechas pascuales de los Orientales (ortodoxos o heterodoxos, según se
mire). No se ha hablado de las críticas que los hijos de Miguel Cerulario hacen
de diversos posicionamientos pseudo-doctrinales vaticanos. No. Se trata de que
vayamos nosotros al redil oriental; el occidental woke está en el narcoestado
mexicano con su ley animalista y su exultante pasado indígena. Así, que visto
lo visto, empezaremos, con un poco de suerte a cuidar la liturgia. Tal vez el
siguiente paso sea lo de liturgizar la
Semana Santa. Ya se sabe: Viernes de Dolores, Vía Matris; Domingo de Ramos,
Palmas; Lunes, Martes y Miércoles Santo, nada; Jueves Santo, Cena, Huerto y
Seráfica con el Prendimiento; Viernes Santo: todo o nada, como si de un casino
se tratara. Quizás Dominicana, Nazareno y Santo Entierro, Rescatado, Seráfica,
Vía Crucis, Despojado, Franciscana, Vela y Silencio, Soledad, Flagelado,
Universitaria (con o sin estatutos)… Sábado Santo, nada y Domingo de
Resurrección, solo el Resucitado y la Alegría. Y pronto para casa, que
estorbamos.
Lo malo es que la Semana Santa forma
conjuntamente una liturgia y una paraliturgia que se complementan. Es como la
Policía Municipal de Roma y el tráfico rodado de la Ciudad Eterna: se
complementan el orden y el caos. Y todo tiene un sentido. Porque el sentido de
la Pascua es la primera luna llena de primavera, del Nisán. Quizás el Vaticano
prima el buen rollo, pero los cofrades siempre hemos sido de tocar, palpar,
sentir, meter mano… como ese atisbo de arrianismo que perdura en estas tierras
ibéricas e hispanas. No hay nada más español que transgredir el «¡No tocar!» de
cualquier cartel de la exposición más nimia que pueda darse, incluidas las
obras falleras dizque pasionales, expuestas tiempo atrás en La Salina.
Por eso tiene sentido la Semana Santa
como está. Con todos sus desatinos y desbarajustes. Con un entierro partido (es
lo más republicano y carlista que hay, pues no hay nada como desobedecer las
órdenes masónicas de un masón afrancesado con corona, como Carlos III o él o la
que vengan sin saber santiguarse, monísimas ellas, oiga). Quizás, solo quizás,
sea necesario repensar las procesiones o estaciones de penitencia más
litúrgicas, pues creo que la Cena debiera ser el Jueves Santo. Pero lo demás,
es una anarquía bien ajustada por el caos y el buen hacer entre faldones y
respiraderos de polos opuestos, alguno ya fallecido.
Querer ordenar la Semana Santa es como
pretender dormir a un recién nacido. Todo tiene un significado esencial
profundo. Cargarse la magia de la primera luna oronda del Nisán, supondrá
renunciar al «paso», a la Pascua, a esa «Parasceve» primigenia que hace más de
dos mil años, un judío singular, Jesús de Nazaret, celebró con sus doce
discípulos y poco a poco se adentró en un túnel de sufrimiento acotado en las
coordenadas de la cruz de un Calvario que revivimos cada año en nuestras ciudades,
más allá de turismos, vinos, cervezas, limonadas o tapas. Lo único que sube,
además de los pasos, son los años y los precios disparados de una hostelería
que pasa tangencialmente de esto como obispos y prestes.
Recuerden que, hace años, Pucela celebraba sus corridas de toros
después de la feria charra. Hubo un alcalde, León de la Riva, el que más apostó
por que las tierras del PICHA de otro alcalde de meridional apellido, se
independizara de Pucelandia (Castileón pronuncian) que tocó a rebato
y adelantó las otrora Ferias y Fiestas de San Mateo para hacerlas coincidir con
las de la Virgen de la Vega, ahora trasmutada en Pucela como Nuestra Señora de San Lorenzo. Y así, tuvimos como
vaticanos obedientes, que amoldarnos a los orientales, en este caso a los
orientales de Tierra de Campos, Montes Torozos, Esgueva, Medina, Pisuerga,
Ribera de Duero y Pinares. Porque es lo que tiene el buen rollo. Que siempre
purgamos los mismos.
Quitar, eliminar a la Semana Santa de su
autenticidad litúrgica, supone cuanto menos descafeinar el último tablón de un
buen entibado de mina. Cuando se venga todo al suelo, no nos vengan prestes y
consiliarios con aquello que «sigue habiendo Semana Santa» (la gran mentira que
tuvimos que escuchar en el confinamiento sanchista).
Nos gusta tocar. Nos gusta meter mano. Nos gusta sentir. Nos gusta oler. Nos
gusta sufrir. Pero no comulgar con la idiocia vaticana de un ecumenismo
pésimamente entendido. Las últimas huestes de Sisberto y de Eurico volverán a
purgar tanta morralla espiritualista ingenua. Arrio no lleva mitra, pero sí
capirote o verdugo de carga (aunque en la Dominicana se los han cargado y los
venden en Wallapop). Y también queremos introducir la seriedad con el costal
albinegro. Y unificar la Pascua. Y…. feriar fechas y fechar ferias. ¡Oiga,
usted es un hereje! Pero entre Miguel Cerulario y Arrio, me quedo con Arrio,
que caló más en esta entrañable Celtiberia de Carandell, Unamuno, Buñuel,
Ortega y Gasset o El Roto.
¡Feliz Pascua de Resurrección Católica!
Y musitando, la siguiente Semana Santa arriana. Menos de lo esperado y más de
lo deseado (si coincide con la primera luna llena del Nisán, claro). Se dan
casos…
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