Es 30 de mayo y ayer los católicos celebramos la Ascensión de nuestro Señor al cielo. Esta festividad tiene lugar cuarenta días después del Domingo de Resurrección (sí, parece que ha pasado mucho más tiempo entre apagones eléctricos, cónclaves y guerras orientales, pero solo ha pasado una cuaresma desde que vimos subir la Compañía a Jesús Resucitado).
En la Salamanca
cofrade, la Ascensión significa Cristo de los Milagros y abre una triada de
devociones letíficas que nos llevarán a barrios tan populares como El Arrabal y
Tejares.
Aunque aún quedan
diez días para que oficialmente podamos «quitarnos el sayo», el curso está
dando sus últimos coletazos: el escolar, el cofrade y también el futbolístico.
Y es que también nos encontramos en la víspera del partido de fútbol más
esperado del año: la final de la UEFA Champions League. Pese a que este año no
tenemos ningún representante español disputándola (¡qué mal acostumbrados nos
tienes, Real Madrid!), los ojos de casi la totalidad de los aficionados al
fútbol se posarán en los televisores para conocer qué equipo se sentará en el
trono del fútbol europeo.
Y hablar de la
Champions League me lleva inevitablemente a las palabras que el presidente de
la Junta de Cofradías emitió al medio de mayor difusión de la provincia, La
Gaceta de Salamanca, el pasado lunes de Pascua: «Si queremos jugar la
Champions, tenemos que entrenar para ello. Necesitamos más autoexigencia».
En esta entrevista
(magníficamente llevada por el compañero de tribuna Ángel Benito), el
presidente analiza la pasada Semana Santa de una manera que, al menos a un
servidor, le ha sorprendido. Siempre he tildado a nuestro presidente de
excesivamente político y experto en llenar páginas de periódico y horas de
radio y televisión sin decir nada. Sin embargo, en esa entrevista, Hernández
critica algunas actitudes de nuestras cofradías, equivocando el tiro en algunas
ocasiones, pero alejándose de la autocomplacencia que venía produciéndose y que
se elevaba a la ridícula hipérbole con aquello de «la mejor Semana Santa del
mundo».
Aunque la expresión
del presidente es desacertada (la Semana Santa no es, o no debería ser nunca,
una competición), veamos en qué aspectos podemos considerarnos un buen ejemplo
a seguir y cuáles son los que no soportan comparación con otras ciudades de
tradición cofrade.
Comencemos con esos
detalles que son indignos para una Semana Santa que pretenda situarse entre las
principales del panorama nacional.
Las hermandades de
una Semana Santa seria no pueden estar buscando cargadores a diez días de su
salida procesional en el perfil de Facebook «El Informer de la USAL». Tampoco
pueden procesionar sabiendo que se van a mojar, solo para saludar al barrio o
hacer «estación de penitencia a la Plaza Mayor», como alguna pretendió el
pasado Viernes Santo.
Las hermandades que
aspiren a la excelencia deben seleccionar cuidadosamente el repertorio de las
bandas que contratan, adaptándolo al carácter e idiosincrasia de su hermandad,
evitando que suenen sevillanas adaptadas a marcha procesional tras una Virgen
de luto. Deben desfilar con un ritmo y cadencia adecuados, tanto para su cuerpo
de nazarenos como para el público: cofradías con cien o trescientos nazarenos
escasos no pueden tener alrededor de 45 y 65 minutos de tiempo de paso
respectivamente.
Una Semana Santa de
nivel no puede permitirse no tener un «plan de agua» para cada una de las
procesiones, con posibles refugios, modificaciones de recorridos y horarios si
fuera necesario. No puede tener engalanada a medias sus calles y plazas: o se
hace con todas las de la ley, o no se hace (que tampoco era un drama cuando no
se hacía). No debe permitir la disminución paulatina del anonimato de los
participantes, parte esencial de la penitencia.
Tampoco puede
permitir que los medios y pseudomedios de comunicación violen la intimidad de
las procesiones, ni dificulten su desarrollo y visualización. No puede tener
hermandades en situación de limbo legal, ni asumir como normal que haya más
hermanos de carga que de luz en gran parte de los desfiles procesionales. Y por
supuesto, debe denunciar y llamar a capítulo a una hermandad que saca cuatro
cirios.
Sería injusto, sin
embargo, no reconocer los aciertos que también brillan con luz propia, detalles
que, sin duda, son dignos de una Semana Santa grande. No me limitaré al manido «pasión
y piedra», cierto por supuesto, pero insuficiente. Me refiero a pequeños
grandes gestos: algunas de las innovadoras medidas inclusivas de la Borriquita,
el exquisito exorno floral de Jesús de la Redención o la Virgen de la Soledad,
el acompañamiento musical de la Agrupación Musical La Expiración tras Jesús
Despojado (¡estos sí que han jugado la Champions esta Semana Santa!), los
estrenos recientes de la Hermandad del Cristo Yacente o los nuevos faroles de
Nuestro Padre Jesús de la Pasión.
Mención especial
merecen los miembros de la Tertulia Cofrade Pasión, que llevan treinta y un
años jugando la Champions de la divulgación cofrade, demostrando que las
publicaciones de Semana Santa o se abordan desde un prisma teológico,
artístico, etnográfico y poético de calidad, o no son.
En definitiva, más
sombras que luces, más debes que haberes y trabajo, mucho trabajo. Porque si el
año que viene se termina materializando el magno acontecimiento que se pretende,
jugaremos la Champions… pero ya se sabe lo que pasa a muchos equipos que no
tienen plantilla para ese reto: que descienden.
Si han llegado
hasta aquí, les deseo un feliz verano y, si Dios y ustedes quieren, nos vemos
el próximo curso, un curso que estoy seguro que será muy interesante.
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