lunes, 23 de junio de 2025

De reliquias y relicarios

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Iván Marcos


23-.06-2025

«Un experto que nos visitó nos decía que sería mejor no procesionar las piezas, pues tienen demasiado valor como para arriesgarlas de ese modo».

Eso me contaba hace unos días Toñi, mi guía particular, mientras conversábamos paseando por una enorme sala repleta de elementos procesionales, en un poco conocido pero ya más que centenario museo-almacén. No será, desde luego, la primera ni única vez que un «entendido» en cualquier cosa da su opinión sin entender que, si no tuvieran una finalidad funcional, muchas piezas de museo simplemente no se habrían creado.

Personalmente, prefiero los museos que ejercen como un almacén dignificante a los que son meros cementerios turísticos. Y creo que todo lo que entra en un museo puede volver a salir si su naturaleza así lo requiere.

Entremos ahora en nuestras cofradías, o más bien en el añejo patrimonio de estas, por esa discreta puerta por la que tristemente no muchos entramos: la del respeto y el asombro por lo que se hizo antes.

Bien sea porque no se considera algo «de suficiente valor», bien sea porque de estar conservado (conservado ¿o sustraído?) durante largo tiempo en manos particulares se ha dañado su integridad y su recuerdo, estamos viendo de un tiempo a esta parte cómo muchos enseres que con mayor o menor duración han contribuido al esplendor de nuestra Semana Santa se están abandonando, vendiendo de forma externa a su verdadero propietario (la Iglesia universal, para quien no lo recuerde o no quiera reconocerlo) o peor aún, siendo tirados al contenedor como si fueran ese par de calcetines que no aguanta otro ciclo de lavadora más.

Todos, o por lo menos todos los que nos hemos movido por estos mundos como si de nuestra casa se tratase, sabemos de una tenada, una nave en desuso, un desván, un viejo baúl, la casa de un familiar, etc. que hace las veces de relicario para unas reliquias que, de seguir así, pronto no sabremos a qué santo pertenecieron, como pasa también en nuestras sacristías. Estaría bien que unos y otros, los que saben y los que pueden, empezaran a abrir esos relicarios ‒ahora que está tan de moda‒ y se hiciera un ejercicio de conservación mínima tanto de la pieza como de su memoria. A nuestra Semana Santa ‒con todo lo que esta es y representa‒ pertenecen desde hace siglos varas, cruces, banderas, paños de carrozas, indumentarias, bocinas, documentos, faroles… y lo que hemos mantenido durante generaciones de pronto no está, o está donde no debe, o se retira de la circulación según el criterio del «valor/no valor» que cada cual quiera darle.

Por suerte, en algunos casos de desaparición, hay más de un par de ojos atentos que avistan el tesoro cuando emerge a la superficie, un segundo antes de hundirse quién sabe si para siempre. No sería mala cosa que, sin necesidad de grandes espacios, inviables en nuestra localidad por muchas vueltas que se hayan dado sobre el tema, pudiéramos disponer de un lugar común en el que a propios y forasteros se nos diera la oportunidad de disfrutar de tanto patrimonio como atesoramos, a la vez que este se mantiene en buenas condiciones.

El valor de un elemento patrimonial, más allá de lo económico del momento, debe estar integrado igualmente por el significado que ha tenido en la hermandad desde que se creó, y con la excusa simplista del «es que la renovación siempre es una mejora para atraer a la gente» estamos transmutando el oro en hojalata en una suerte de antialquimia que, por mucho repujado y mucho brillo que tenga la nueva pieza, la mayor parte de las veces no es mejor que aquello que ha venido a sustituir. Conservemos con dignidad lo que tenemos, lo que hemos heredado, lo que ha hecho que hoy mantengamos cierta inercia de bonanzas pasadas, y quizá así muchos descubran que sí, que la Semana Santa de Salamanca sí que tuvo una identidad propia, pero eso ya es otro artículo.


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