en la cruz infinita
mueren todas las vidas
maltratadas
Camino de imperfección
(Todo está consumado)
Una terrible noticia recorrió días
atrás los titulares de algunos medios, bien es cierto que con distinta suerte y
tratamiento; de hecho, no ha transcurrido una semana desde que se produjo y la
repercusión apenas se percibe ya ―la actualidad política nacional, por una
parte, y la internacional (Israel, Irán) acaparan sin duda el interés de la
inmediatez―. Me refiero a la masacre de cristianos que, de nuevo, se ha
producido en Nigeria, en la madrugada del 13 al 14 de junio, cuando unos
doscientos cristianos fueron asesinados por yihadistas fulani (una etnia que se
ubica en el Sahel, desde Senegal al Camerún y que lleva mucho tiempo cometiendo
asesinatos masivos de cristianos). Se perpetró con nocturnidad y un
ensañamiento indescriptible: fueron quemados vivos, acuchillados y rematados
con disparos. Se trataba de personas desplazadas que habían sido alojadas en
alojamientos temporales, huyendo de la violencia. Al grito de «Allahu Akhbar» (Dios
es grande) los radicales irrumpieron en plena madrugada y descargaron su
ira desbordada.
Al parecer, esa misma tarde habían intentado
asaltar la iglesia de San José de Yelewata y habían sido repelidos por la
policía. Pero este cuerpo policial no debe de ser suficientemente numeroso y
eficaz, por lo que, al no poder arrasar el templo, la jauría se dirigió poco
después a la plaza del mercado, donde prendieron fuego a las puertas del
alojamiento e iniciaron la brutal orgía de muerte y destrucción. Algunos
salvaron la vida milagrosamente, lo que nos permite conocer detalles de la
espantosa escena, con cadáveres diseminados por todas partes. Y al escribir «cadáveres»,
léase: hombres, mujeres, padres, madres, ancianos, niños, bebés.
No poseo un conocimiento extenso del
tema, pero de lo que he podido recopilar de fuentes fiables y diversas, puedo
extraer algunas conclusiones avaladas por datos y cifras. La primera, sin duda,
es que Nigeria viene siendo un escenario recurrente: el 74% de los asesinatos de cristianos en el
mundo, durante 2024, se ha producido en este país (3.300 de los 4.476).
Curiosamente el genocidio cristiano muestra su mayor crueldad e intensidad
durante la Semana Santa. En los días en que los cristianos rememoran el
asesinato y la resurrección de Jesucristo se multiplican los secuestros, las
violaciones, los asesinatos, la destrucción de viviendas. Todo coordinado y
ejecutado por milicias islamistas fulani.
Es cierto ―y esta sería la segunda
conclusión― que las razones son mucho más complejas y que no se puede
simplificar el problema. No siempre son únicamente religiosos los motivos. Y
aquí se implican no solo los radicales islamistas, sino otros grupos entre los
que se suman cristianos o animistas de una etnia que asesinan a cristianos o
animistas de otra; o yihaidistas que matan a musulmanes de sectas sufíes o a
cristianos ugandeses o congoleños. La casuística es abrumadora, espeluznante,
desoladora. Un recorrido sucinto daría para un estudio que supera con creces
las pretensiones de este artículo ―no descarto volver sobre ello―. Lo cierto es
que el componente religioso no es el único que explica tanta muerte. Reproduzco
estas palabras que podrían acercarnos bastante a un análisis certero: Convencer
al público que su guerra es puramente religiosa (y pura) y no un cúmulo de
intereses económicos y territoriales que no necesariamente deben vincularse con
la fe. Porque el yihaidismo armado en África no es solo religión: es poder,
violencia, riquezas, control, dominación sobre poblaciones cristianas,
musulmanas y animistas (...) el enemigo, en muchas ocasiones, se mueve
impulsado por instintos salvajes o intereses materiales que se ocultan bajo una
falsa apariencia de piedad.
Ahora bien, y ya lo proclamó el papa
Francisco, hoy hay más cristianos perseguidos que en los primeros siglos, bajo
el Imperio Romano. Ninguna religión es más perseguida. La sangre derramada por
tantos que abrazan la cruz en un acto de amor extremo debe interpelarnos y
sacudir nuestra conciencia, además de movernos a una oración profunda y
permanente.
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