Leyendo el título, a buen seguro, el benevolente lector habrá adivinado
por dónde van los tiros. Tras ver, leer y oír distintas y versadas opiniones y
versiones al respecto del asunto, he de decir, sin riesgo a equivocarme, que no
sé qué ha ocurrido. Obviamente, y como la carne es débil, tengo mi opinión,
pero me la guardo para mí. No me considero facultado para opinar sobre asuntos
«restaurativos» o de mantenimiento, como guste decirse. Y como no he hablado
con la hermandad, desconozco los términos del encargo.
Ahora bien, de lo que no tengo la menor duda es que, una vez más, el
entorno cofrade no desperdicia la oportunidad de echarse tierra encima- Como si
desde fuera no nos echaran ya poca. Los protagonismos individuales, las
sapiencias a toro pasado, las demandas vía redes sociales han adquirido el
protagonismo, dejando a la verdadera protagonista en un segundo plano.
Me ha dado cierta vergüenza y pena comprobar cómo desde algún programa
de temática presuntamente cofrade (y digo «presuntamente» porque todos tenemos
derecho a la presunción de inocencia o al beneficio de la duda, como es en este
caso) se analizaba el tema bajo un color ictérico. Lo mismo me ha sucedido con
las publicaciones en redes sociales donde más de uno haciendo gala del «ya lo
dije antes» o del «hay que», hurgaba más en la herida. Creo que hay canales en
el ámbito de las hermandades para expresar las opiniones y hacer propuestas
positivas. Cuando se enciende un fuego puede ocurrir que luego sea complicado
apagarlo.
Ser cofrade, creo que es estar sobre todo cuando pintan bastos. Y si no
que se lo digan al padre, a la madre y al hijo.
¡Feliz verano!
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