27-06-2025
El que suscribe, mayor de edad
(por la propia edad me refiero), cofrade de fila en Zamora y de acera o pantalla
en Salamanca entre otros méritos de bien, educado a la antigua en las llamadas
reglas de urbanidad, término en desuso como muchas de las mismas reglas; en la
cultura del esfuerzo, el respeto, la responsabilidad y la disciplina (con
servicio militar obligatorio, con perdón, y con satisfacción, cumplido); en
uso, no sabe si aún pleno, de sus facultades, pero sí del cumplimiento de los
valores descritos y otros de parecido orden, y antes de que la merma de unas o
el desaliento en el desempeño de los otros le empuje a la cultura de la
mediocridad, del atajo, de la superficialidad, y le lleve a aplaudir lo «inaplaudible»,
tratar de tú a un desconocido, llamar amigo a cualquiera por una fugaz
convivencia, realizar cualquier actividad sin el rigor y el esfuerzo precisos o
a presentarse en una consulta médica en chándal incluso si el facultativo viste
debajo de su bata pantalón corto y chancleta…
Expone… que durante la pasada
Semana Santa ha observado en varios desfiles procesionales, por televisión o en
directo desde dentro de la procesión, actitudes poco edificantes e indecorosas,
impropias de una conmemoración religiosa, que pasa a describir, y que pueden
constatarse en las retransmisiones televisivas almacenadas en la red. Se trata del
comportamiento de los cofrades durante el transcurrir de la procesión,
especialmente en los fondos o descansos, aunque no solo. Y se refiere
concretamente a las gestos explícitos de cansancio, a las posturas descompuestas
utilizando la cruz o la vara, cuando es el caso, como instrumento de apoyo cual
si de la barra del bar se tratara y a los movimientos de piernas o brazos a
modo de estiramientos musculares; se refiere a perder la cara al desfile y
darse la vuelta hacia atrás para ver si ya llega el paso a la estrechez de la
cuesta y, lo peor, estar un rato en esa posición. Se refiere a las improvisadas
tertulias entre dos, tres o más cofrades, a las que ha visto sumarse a
celadores, varas u organizadores de tramo, quizá para descansar de las
desaforadas carreras que echan adelante y atrás durante todo el desfile.
Especialmente llamativos los corrillos, y lo dice con pena, quien en su
procesión zamorana ha visto formar a las mayordomas en los fondos delante de la
Virgen, impecables con sus mantillas, censurables por el gesto. Y se refiere…
Sabe el denunciante que estas
actitudes no son nuevas y supone que, si le llaman ahora más la atención, quizá
se deba a que aumentan debido a esa pérdida de la compostura general que se
observa en cualquier contexto (hasta en el Congreso estiran las piernas sobre
las mesas de votación). Comprende por otra parte que la lentitud del paso
procesional, a veces excesiva, produce cansancio, pesadez y embotamiento, todo
lo cual se expresa en gestos de hastío, desidia y aburrimiento, especialmente
visibles en aquellas cofradías que no utilizan caperuz. Asume que muchos
hermanos acuden a la procesión por costumbre familiar, como actividad festiva igual
que a la misa del domingo antes del vermú, para estar con los amigos (ahora se
llama socializar), y son ajenos no ya al significado profundo de la celebración
sino a cualquier otro de los que la integran, por lo que resulta difícil exigirles
que estén a la altura. En estos casos, el hábito, al menos, debería hacer al
cofrade, al contrario de lo que significa el refrán, porque muchos es lo único
que de cofrade tienen. Pero resulta que lo llevan descolorido y ajado porque
¡era del abuelo! Y, por último, es consciente que una procesión no es un
desfile militar, pero como manifestación de religiosidad habría que pedir a sus
asistentes el mismo respeto y decoro que dentro de una iglesia. Y si de hacer
teatro de calle se trata (a veces parece que es de lo que se trata), y por
respeto al visitante de eslogan turístico, que la actuación merezca el aplauso
y no el pataleo que es lo que algunos desfiles merecen. El mismísimo Otelo, de Shakespeare,
que popularizó la expresión «Pompa y circunstancia» sería el primero en
agradecerlo.
Por todo lo expuesto y con el
debido respeto, ruega encarecidamente a quien corresponda (ellos saben quiénes
son) que exhorten e instruyan a sus hermanos en el cumplimiento de las mínimas
normas de comportamiento y urbanidad cofrade (también saben cuáles son). Por la
cofradía, por la Semana Santa procesional y por aquellos otros hermanos que
acuden al desfile con impecable dignidad desde el principio hasta el final de
la procesión.
A ver si en vez de quedarse en leer este magnífico artículo mirando en el pozo de las indiferencias, se analiza, se comprende y nos ponemos el mono para empezar de una vez a meterle seriedad a esta Semana Santa ayuntameril, propagandística y ridículamente cateta, donde pesa más todo lo aparente que los trasfondos religiosos. Menos traje y apariencia y más formación. Sobre todo en quien se pone delante de un micrófono o una cámara, porque lo de este año ha sido de traca final de la incoherencia en, quien sino sabe, que por lo menos comience a aprender a callarse.
ResponderEliminarY felicidades al alcalde por dirigir turisticamente nuestra Semana Santa, que en ese sentido lo hace muy bien mirando por la cosa ciudadana.
Un gran artículo que esperemos sirva para algo.