Quiere el caprichoso calendario que escriba esta última colaboración del curso un viernes trece de junio. Dia asociado a la mala suerte, especialmente en el mundo anglosajón, y también al terror cinematográfico. A los latinos nos va más el trece y martes (ni te cases, ni te embarques).
No
quería hablar yo de terror, ni de mala suerte, y si del «maridaje», que siendo hoy
el día de san Antonio, quizá sea propicio pedirle una pareja adecuada para
maridar con ella el resto de la vida, que, de novios, todos son buenos.
Esto
del maridaje es algo novedoso. Con él se busca conjugar cada plato en sus
sabores y texturas con la bebida más adecuada. Pero tiene sus riesgos. Cabe la
posibilidad de no acertar con la pareja de baile o, lo más frecuente, pecar de
exceso de bebida ante la frugal comida, provocando un estado de alegría
ficticia donde ya todo da igual. No distingues defectos ni virtudes. Si se
llegara a las mezclas, el resultado sí que podría ser de auténtico viernes-trece.
Siento
yo que, echando la vista atrás, concretamente seis años atrás con la aprobación
de las Normas Diocesanas, e incluso yendo al origen de estas hace diez años, en
el seno de la Asamblea Diocesana, cuando recibimos el encargo de «maridar las
cofradías con la diócesis», se nos ha ido la mano con la receta.
Quizá
el chef no ha dado con el plato adecuado para cada vino, quizá no había vinos
en la bodega del sumiller que fueran adecuados para lo que había de comer.
Quizá la comida era escasa y el vino excesivo, quizá «mezclamos» muchos vinos
distintos y ello nos llevó a un estado de embriaguez totalmente engañoso.
Ante
el caos, se cambió el equipo de cocina, que siguió haciendo probaturas y
probaturas sin sentido. Esto, obviamente, no fue una solución.
A
cada comensal se le ofrecía un maridaje distinto, cada cual más chirriante, y
el de la mesa de al lado, deseaba el del prójimo, pero solo en parte, no siendo
que le tocara aquello que no le gustaba.
Así,
sin rumbo ni análisis de la situación, nadie volvió a la receta original, quizá
olvidada, quizá troceada en páginas sueltas donde nadie guardó las primeras,
donde estaba la esencia del maridaje, las medidas exactas de comida y bebida,
los sabores y olores adecuados y esa pizca de sentido común. Sin esas primeras
páginas, uno ya no sabe qué es lo que se puede encontrar al sentarse a la mesa,
la receta es un todo, y si se pierde la salsa que lo liga todo (huelga decir
que es el Evangelio), el maridaje será fallido, por mucho que le pidamos el
mejor de los novios a san Antonio.
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