Durante la noche que transcurrió entre
el 3 y el 4 de octubre de 1226, el santo de Asís, conocido como el Poverello,
realizó su último viaje, el del encuentro definitivo con el Padre. El tránsito
de san Francisco es recordado como el día grande del franciscanismo, pues el
hombre del que dicen se pareció como ninguno a Cristo, dejó atrás las miserias
de este mundo para gozar eternamente de la presencia divina. La Historia del
Arte nos ha dejado infinidad de testimonios sobre estos momentos, igual que de
los eventos acaecidos durante los últimos años de su vida, que se sucedieron,
uno tras otro, en años consecutivos. Son el belén de Greccio, las llagas y la
composición del canto de las criaturas, cuyo octavo centenario estamos
celebrando en estos momentos.
La vida de san Francisco de Asís tiene
muchas lecturas y va bastante más allá de las florecillas a las que muchos la han
querido reducir. La Pasión de Cristo, que es también la Pasión del Hombre,
ocupa un lugar primordial en su periplo terrenal. El viaje, más bien
peregrinación, a Tierra Santa en 1219 ya supone un primer contacto, intenso,
directo, real, con los escenarios donde transcurrieron los episodios de la
pasión y muerte de Jesús el Cristo, culminados con su gloriosa resurrección. Este
hecho, unido después a la institución de la Custodia Franciscana de Tierra
Santa para el mantenimiento de los cultos en los Sagrados Lugares, contribuye
decisivamente a la formación y divulgación del rezo cuaresmal por excelencia,
el santo viacrucis, que todas las cofradías penitenciales han hecho suyo para
preparar el camino hacia la Pascua.
Los estigmas de la Pasión, las llagas
que tan presentes están en la heráldica franciscana, son también otro signo que
une íntimamente el franciscanismo con la Pasión de Cristo. Esta concomitancia
tiene mucho que ver con la extensión, por parte de los franciscanos, de las
devociones vinculadas a la Santa Cruz. Las reliquias del Lignum Crucis y su
veneración, unidas con frecuencia a la fundación de cofradías de la Cruz, santa
y vera, acaban teniendo siempre un origen franciscano.
Con estos elementos, es fácil comprender
por qué el franciscanismo se convirtió en el motor fundacional de las primeras
cofradías de penitencia al amparo de la Cruz Santa. Sin ir más lejos, las dos
más antiguas de Salamanca tienen un origen seráfico. Vera Cruz y Jesús
Nazareno, que implica la devoción de la cruz a cuestas, nacen en el convento de
San Francisco. Los franciscanos, además, siempre han estado dispuestos a acoger
a los cofrades. Hace cien años, en el mismo convento de San Francisco,
regentado ya entonces por los capuchinos, se establece la Seráfica Hermandad
del Cristo de la Agonía. Y más recientemente, aunque no sea sede canónica los
vínculos son notorios, la Hermandad Franciscana realiza allí una parte
importante de su actividad.
Por todo ello, la celebración del
tránsito de san Francisco es una fecha de referencia para el ámbito cofrade. De
manera directa o indirecta, las cofradías penitenciales se nutren del sustrato
franciscano. Conviene tenerlo presente para celebrarlo y dar gracias por la
vida de este hombre que, en las tierras de la Umbría, a principios del siglo
XIII, revolucionó la historia de la Iglesia y renovó su espiritualidad,
haciéndola ante todo mucho más humana.
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