lunes, 13 de octubre de 2025

Es normal que no se entienda

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 13-10-2025

Es normal que no se entienda, incluso que cause cierta risa irónica ese trajín cofrade que no descansa, ni cuando desploma el sol sus fuegos en pleno verano. No puede entenderse que, en octubre, andemos metidos en harinas semanasanteras. Es comprensible que no entiendan estas pasiones, quienes solo conocen este mundo de las cofradías por los cortes de tráfico o las aglomeraciones de gente que dificultan cruzar la calle con el carro de la compra…

Es normal y respetable que muchos, muchísimos ciudadanos vean en esta tradición nuestra, sí, una tradición salmantina y española, a un montón de alucinados que pasean figuras escultóricas durante varios días con la cara tapada por las calles, envelados como fantasmas.

Claro que, si pudiésemos saber qué cifras reales marca el gentío que puebla las calles al paso de nuestras procesiones, podríamos descontar del balance negativo en cuanto a opinión, a mucha, muchísima gente.

¿Pero qué más da encontrar respuesta a estas pueriles cábalas? Desde el punto de vista folclórico (que hermosa, decente y apropiada palabra) las cofradías mantienen viva la llama de nuestros ancestros, desde un admirable sentido cultural que aporta colorido, arte a rebosar y música en un entorno monumental envolvente, que en esta ciudad brilla como el padre sol de estos terruños.

Sí, ya sabemos que es el sentido religioso el que aporta la principal justificación de sacar a la calle, en los tiempos que vivimos, la figura de un personaje que rememora un suplicio en el más amplio sentido de la tragedia. Una exposición que solo puede justificarse desde la fe popular que con cierta insistencia se ha mantenido viva a través de los siglos.

Es en este apartado religioso, curiosamente, en el que convive la discrepancia que ampara contradicciones y diversos puntos de vista, cuando se busca una verdad férrea y exclusiva que quizás esté fuera de la maceta de las tolerancias en esta época de lágrima emocional y facilona al idolatrar la imagen de turno. De ahí la importancia de la acción formativa, que debería ser fomentada desde todas y cada una de las congregaciones, hermandades y cofradías, como posible pasaje hacia la comprensión de lo que realmente se cuece en esta expresión religiosa del pueblo.

Quién soy yo -me pregunto demasiadas veces- para poner en tela de juicio a quienes manifiestan algún tipo de satisfacción banal por cargar un paso o a quienes reflejan una falta de compromiso con el hecho religioso después de haber desnudado la noche o la madrugada detrás de un cristo o una virgen.

El caso es que todos nos embarcamos en el silencio de la noche vestida con rasgos de eternidad, alumbrando nuestra propia existencia. En las procesiones, sean de silencio o de estruendos musicales, intuyo siempre que se viste de esencias testamentarias el interior del alma cofrade.

Y así, vuelve a aparecer mi recordado Francisco Rodríguez Pascual, cuando nos repetía una y otra vez, que lo más importante que tiene cualquier procesión es que nunca podremos juzgar ni desnudar al penitente que durante horas se somete a la disciplina de un camino silenciosamente organizado.

Otra cosa son las parafernalias que evocan un posible mal gusto en esa exhibición de discordancias que dan el cante y que tantas veces criticamos en Pasión en Salamanca. Otra cosa es que la Iglesia siga de lejos y de forma timorata el mundo de las cofradías, confundiendo tantas veces la velocidad con la mortadela. Decía Rodríguez Pascual, sacerdote claretiano y carbajalino, que la religiosidad popular no interesa por aquello de que los indoctos muchas veces ponen el dedo en la llaga religiosa de la verdad.

 

 

 

 

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