miércoles, 8 de octubre de 2025

Lamentaciones a la muerte de nuestro Señor Jesucristo

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Ramiro Merino

Juan de Flandes. La lamentación sobre Cristo muerto, c. 1500 © Museo Nacional Thyssen-Bornemisza, Madrid

08-10-2025

           

Si hubiera que destacar un período especialmente fecundo para nuestras letras, el Siglo de Oro se llevaría sin duda la palma, en cualquiera de los grandes géneros que se pueda considerar. Ninguna otra etapa lo iguala, no solo en la cantidad de obras, sino también en la calidad de las mismas. Garcilaso, Lope, Góngora, Quevedo, Calderón, Juana Inés de la Cruz, Hurtado de Mendoza, Fernando de Herrera, Vicente Espinel y un larguísimo etcétera que nos situó en un puesto privilegiado de la literatura universal.

A la profunda transformación que inició Garcilaso, desde su influencia italiana, siguieron los demás renovando y enriqueciendo nuestra poesía con lo mejor de la tradición y las nuevas corrientes. Y, si bien es cierto que abarcaron todos los metros y temas, no lo es menos que la poesía religiosa fue lugar común de todos ellos, y la Pasión de Cristo un tema recurrente.

Traigo, en esta ocasión, un poema de Francisco de Quevedo, nuestro genio del Conceptismo, que ilustra perfectamente las afirmaciones anteriores. Se titula Lamentaciones a la muerte de nuestro Señor Jesucristo ―no es el único que dedica a la Semana Santa; en otros sonetos aborda temas como el sufrimiento de Cristo o el luto de Viernes Santo― y está formado por seis cuartetos con idéntica rima. Lo reproduzco en su totalidad:

Si te alegra, Señor, el ruido ronco
de este recibimiento que miramos,
advierte que te dan todos los ramos,
por darte el viernes más desnudo el tronco.

¿A dónde vas, Cordero, entre las fieras,
pues ya conoces su intención villana?
Todos, enfermos, te dirán «¡Hosanna!»
Y no quieren sanar, sino que mueras.

Hoy te reciben con los ramos bellos
(aplauso sospechoso, si se advierte),
pero otra noche, para darte muerte,
te irán con armas a buscar en ellos.

Y porque la malicia más se arguya
de nación a su propio rey tirana,
hoy te ofrecen sus capas, y mañana
suertes verás echar sobre la tuya.

Si vas en tus discípulos fiado,
como de tu inocencia defendido,
del postrero de todos vas vendido,
y del primero, cerca de negado.

Mal en los huertos tu piedad pagamos:
tu paz con las olivas se atropella,
pues son tu muerte, y fue la causa de ella
la primer fruta y los primeros ramos.

 

Mediante una estructura antitética, el poema conforma un recorrido espiritual por los acontecimientos clave de la Semana Santa, desde el inicio del Domingo de Ramos hasta la traición, la negación y el suplicio de la cruz. El ritmo impuesto por la rima consonante de los versos endecasílabos y la distribución de los acentos, sugieren la meditación profunda y el paso casi procesional ―obsérvese, por ejemplo, la distribución de sílabas tónicas y átonas del verso 4―.

Todo el poema está salpicado de recursos habituales en la poesía de este período. Para no ser exhaustivo, citaré: onomatopeya (el ruido ronco), interrogación retórica (¿A dónde vas, Cordero (...)?, epítetos (los ramos bellos), hipérbaton (te irán con armas a buscar en ellos (...) de nación a su propio rey tirana), elipsis (y del primero, cerca de negado) apóstrofe (¿A dónde vas, Cordero, entre las fieras?), imágenes y símbolos (Cordero (...) fieras (...) tu paz con las olivas se atropella) ―la discordancia del último verso (primer fruta) es una licencia que se permite Quevedo, pienso que por la necesidad métricas del endecasílabo―.

Pero el núcleo estructural que conforma las meditaciones y reflexiones es sin duda la antítesis ―un recurso tan apreciado por el Barroco y muy especialmente por Quevedo―. Los contrastes evidencian las contradicciones y paradojas de la condición humana, no solo de los hombres y mujeres contemporáneos de Cristo, sino de todos los hombres. En el primer cuarteto, te alegra este recibimiento (...) advierte que te dan el viernes más desnudo el tronco, los ramos de aclamación se transforman en el tronco desnudo de la cruz. El gesto de homenaje (¡Hosanna!) será instrumento de martirio. La actitud cambiante de la multitud nos muestra la fragilidad humana ―las luces y las sombras tan características del Barroco―. Del aplauso, al abandono (ramos bellos (...) armas).

El poema se detiene en dos momentos claves de la Pasión: la traición de Judas y el abandono de los suyos, los más cercanos, siempre sustentado en la estructura antitética (fiado, defendido / negado), para cerrar, finalmente con una conexión entre dos elementos cruciales: el Huerto de lo Olivos y el Edén: la caída de Adán y Eva se redime en la obediencia de Cristo, que se entrega libremente para la salvación del mundo. Una preciosa imagen para completar la simbiosis de sentimiento y meditación: tu paz con las olivas se atropella.


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