Hay decisiones que no sorprenden:
simplemente suceden como si llevasen años madurando en silencio. La elección de
Daniel Cuesta como pregonero de la Semana Santa de Salamanca pertenece a esa
categoría. No se trata solo de un nombramiento; es la culminación de un
itinerario espiritual, humano y cofrade que comenzó mucho antes de su
ordenación y de su marcha a Roma. Ese camino quedó ya trazado en 2013, cuando
un joven jesuita se subió al ambón de San Benito para pronunciar el VIII Pregón
de la Semana Santa Joven, un texto que, con el paso del tiempo, ha acabado
adquiriendo el valor de una carta de identidad. Allí estaba ya todo: su mirada,
su sensibilidad y su forma de comprender la Pasión salmantina como un diálogo
entre la piedra dorada y el corazón del creyente.
Releer hoy aquel pregón es asistir a la
génesis del pregonero que está a punto de volver. Daniel hablaba entonces desde
la emoción primera, desde el descubrimiento de una ciudad que aún no era suya,
pero que ya empezaba a modelarle por dentro. Reconstruía su relación con la
Semana Santa como si revelara una bobina de película: un viaje que arrancaba en
su Segovia natal, pasaba por el Descendimiento del Patio Chico —como él lo vio
por primera vez en un viejo VHS familiar— y desembocaba en una convicción: «La
Semana Santa ha sido esa luz en la noche de la duda y la oscuridad de la fe».
Ese pregón joven no fue una exaltación
costumbrista: fue un acto vocacional. Daniel recorría los pasos, las imágenes y
los silencios de Salamanca para explicar, casi sin darse cuenta, cómo la ciudad
se había convertido en parte de su propia búsqueda de Dios. Su narración del
Prendimiento en el Corrillo, del Cristo del Perdón subiendo Camino de las Aguas
o del silencio que envuelve al Cristo de los Doctrinos revelaba un modo de
mirar que trasciende lo estético: un modo de escuchar a Cristo entre la
multitud.
Y, sin embargo, hay un momento del
pregón que, con la perspectiva del tiempo, adquiere un brillo especial: su
encuentro con Jesús Despojado. En aquel 2013, cuando aún no podía sospechar lo
que vendría, narraba la llegada del Señor a Salamanca como un acontecimiento
que transformaba corazones. Decía que, en su primera estación de penitencia,
Jesús parecía elevarse en la Purísima como si fuera a rozar las bóvedas, y que
la marcha Reo de muerte inauguraba un lenguaje nuevo para la ciudad. Y
añadía: «Gracias querida Junta de Gobierno, gracias hermanos todos, por tantas
oportunidades de encuentro con Dios como me habéis dado».
Lo que entonces era devoción se convirtió con
los años en pertenencia: Daniel sería después cofrade de Jesús Despojado y esa
hermandad joven y enérgica terminaría siendo uno de los lugares donde más se ha
reconocido espiritualmente.
Por eso no es casualidad que muchos
salmantinos esperen que su pregón rescate ese latido despojado, ese modo tan
suyo de entender la fe desde la cercanía, desde el gesto sencillo y desde un
Cristo que «nos necesita para continuar extendiendo su Reino», como él mismo
escribió al recordar su primera Semana Santa vivida en Salamanca.
Porque en Jesús Despojado encontró una forma de cofradía que ensancha
horizontes: evangeliza a jóvenes, crea comunidad y hace de la caridad un camino
concreto. Y esa manera de vivir la hermandad ha terminado marcando, también, su
manera de anunciar a Cristo.
Quizá el pasaje que más define al Daniel
pregonero —y al cofrade que es— fue su relación con la Vera Cruz. Allí, en esa
capilla que él llamaba «central para la vida cofrade de Salamanca», confesaba
haber rezado, dudado, acertado y caído. Allí aprendió que la primera puerta que
se abre en la Semana Santa salmantina no es la de una iglesia, sino la del
corazón que vuelve a mirar a la Dolorosa cara a cara. Esa raíz espiritual será
sin duda uno de los hilos que vertebrarán su pregón de este año.
Y es que aquel joven pregonero de 2013
dejó escrita una frase que hoy suena casi profética: «Ojalá sientas esa mirada
suya que se clava en lo más profundo y que impulsa a seguirle más allá del
itinerario de la procesión». Era una invitación, pero también una definición
perfecta de su propio camino. Años después, esa mirada que él descubrió entre
procesiones, silencios y retiros ha guiado su vocación, su ministerio y su
forma de hablar de Dios.
Por eso su elección emociona y, a la
vez, se siente inevitable. Porque Daniel Cuesta no viene a contarnos qué es la
Semana Santa —eso ya lo sabemos—, sino a recordarnos cómo nos mira Cristo
cuando la ciudad apaga el ruido y deja que hablen las imágenes. Viene el
jesuita, el sacerdote, el segoviano… pero también el cofrade de Jesús
Despojado, el hermano que ha sabido reconocer en un Cristo con las vestiduras
arrebatadas la forma más llana y radical de seguirle.
Quizá el pregón de este año no será una
continuación literal del de 2013, pero sí será su heredero. Aquel joven que hablaba
desde San Benito no sabía —o no quería saber— que estaba escribiendo el prólogo
de algo mayor. Hoy, doce años después, aquella escalera que él describió
elevándose hacia el cielo azul de Salamanca vuelve a erguirse. Y, una vez más,
nos invita a subir.




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