07-11-2025
Parece que las palabras se quedan
siempre cortas, lejos, vacías, cuando se trata de expresar esas obras que dan
vida a la fe, las que predican con el ejemplo, las que dan el trigo necesario
para cumplir con el «dadles vosotros de comer». Sin embargo, el papa León,
continuando y haciendo suya la iniciativa del papa Francisco, ha querido que su
primer documento magisterial sea una exhortación apostólica sobre el amor hacia
los pobres: Dilexi te (de Apocalipsis
3,9: «Te he amado»). La firmó el reciente día de san Francisco: «Fue él, hace
ocho siglos, quien provocó un renacimiento evangélico entre los cristianos y en
la sociedad de su tiempo. Al joven Francisco, antes rico y arrogante, le
impactó encontrarse con la realidad de los marginados», escribe el papa en el
número 7 de la exhortación.
Francisco, en definitiva, doce siglos
más tarde, comprobaba la verdad de lo afirmado por el Señor en la casa de Simón
el leproso: «A los pobres los tenéis siempre con vosotros» (Mt 26,11). Es
precisamente con la escandalosa unción de Betania con la que León XIV ha
decidido arrancar su exhortación, porque «en cualquier parte del mundo donde se
proclame este Evangelio se hablará también de lo que esta ha hecho, para
memoria suya». La mujer que llevaba un perfume muy caro en un frasco de
alabastro, y que ungió a Jesús, estaba haciendo una obra buena, la de
prepararle su sepultura. La reacción de los discípulos, acusarla de un derroche
que bien podría haberse destinado a los pobres, es corregida por Cristo, que
subraya su buena obra. La respuesta de Judas, en cambio, es vender al maestro,
tasado en treinta monedas de plata. Nos enseña el santo padre que «aquella
mujer había comprendido que Jesús era el Mesías humilde y sufriente sobre el
que debía derramar su amor. ¡Qué consuelo ese ungüento sobre aquella cabeza que
algunos días después sería atormentada por las espinas! Era un gesto
insignificante, ciertamente, pero quien sufre sabe cuán importante es un
pequeño gesto de afecto y cuánto alivio puede causar». Concluye que el anuncio
de la presencia permanente de los pobres debe contemplarse desde la promesa
conclusiva de que «yo estoy con vosotros todos los días, hasta el final de los
tiempos» (Mt 28,20) y desde la enseñanza de que todo acto de amor al prójimo es
reflejo de la caridad divina: «Cada vez que lo hicisteis con uno de estos, mis
hermanos más pequeños, conmigo lo hicisteis» (Mt 25,40).
La unción de Betania, texto evangélico de
la misa cada Lunes Santo, en su relato de Juan (12,1-11), puede ayudarnos a las
cofradías como comunidades y a los cofrades individualmente, a identificarnos
con las diferentes actitudes ante lo sucedido entonces: ¿somos como la mujer
que sabe reconocer la necesidad y no escatimar
para atenderla?, ¿somos como los discípulos que nos escandalizamos ante
un gesto de amor?, ¿somos como el traidor que, contrariado por la enseñanza de
Jesús, lo entrega a sus enemigos?
A menudo la palabra «derroche» es escuchada
también en nuestro ámbito cofrade, en contestación a gastos que algunos pueden
considerar exagerados cuando se trata de encargar algún elemento para el culto,
andas procesionales, mantos, preseas, etc. Ante la alerta de los escandalizados,
para examinarla en conciencia, seguramente habremos de recurrir a la mujer que
llevaba en el frasco de alabastro aquel perfume caro, o si acudimos al relato
joánico, a la «libra de perfume de nardo, auténtico y costoso», de María de
Betania, la hermana de Lázaro y de Marta. Si nuestro frasco de alabastro, que
todos los cofrades llevamos dentro en mayor o menor medida, contiene perfume
para ungir nuestra vanidad, para dar olor a nuestro egoísmo, para hacer una
ofrenda a nuestro yo, ese frasco estará vacío y en nada se asemeja al que habrá
de ser recordado cada vez que se proclame el Evangelio. En cambio, si en
nuestro frasco portamos perfume de amor a Jesús, y con él de amor a los pobres,
no puede haber tal derroche, sino siempre obra buena, obra de las que da vida a
la fe y llena con su fragancia un mundo que necesita que Dios sea anunciado con
palabras y obras.




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