Hace escasos días, con un tiempo de veroño, más soleado que la primavera
(quién pudiera trocar estos días de comienzo de otoñada por los pluviosos e
intempestivos días de la Semana Santa), Carlos Novillo, consejero del ramo
taurino en la Comunidad de Madrid y de redundante apellido de carga semántica
bovina, hacía balance de esto de la Fiesta de los Toros en dicho territorio,
meritorio hueso duro de roer centrípeto de la piel de toro. Así, el señor Novillo
señalaba que la anuencia a festejos taurinos en la Comunidad de Madrid ascendía
a un millón de personas que habían asistido a cualquier función taurina de las
allí celebradas, con un importante e ingente aumento de las ferias y corridas
celebradas en la Plaza de Toros de las Ventas.
Si bien es verdad que no significa que
ese millón de personas sean los nombres y apellidos de la extinta Guía de Páginas Blancas, pues muchos han
renovado su abono y otros tantos lo han adquirido de nueva factura, es
indudable que gracias a la inversión de pirámide de valores que subrayó
Nietzsche en sus obras donde retrató como nadie el ocaso de un occidente
buenista y políticamente correcto, al igual que Huizinga nos trasladó al final,
a ese Otoño de la Edad Media de
manera magistral gracias a pensadores como Juan Huss u Ockahm o reformadores
como Lutero, Zwinglio o Calvino, nuestros jóvenes están apostando por la
tragedia después de tanta comedia que solo ha servido para reírse de ellos a la
cara para que pongan el culo. No se entiende este aumento sin la connivencia
del público femenino (no hay corrida sin mujer) y, por supuesto del ataque
inusitado del ala Tucán del gobierno, con (H)Urtasun a la cabeza de dicho
ataque, que siguen apoyando al prostíbulo monclovita sin inmutarse y poniendo
estrellas amarillas de seis puntas a todo aquel que ose enfrentarse a ellos,
ellas, elles, ellis y ellus.
Como hemos señalado aquí, incluso José
Manuel Ferreira o Paco Gómez, la asistencia de jóvenes está calando en nuestra
Semana Santa, hasta el punto de desbordar las previsiones de las propias
cofradías y hermandades. Pero la Semana Santa de Salamanca, como se decía días
atrás aquí, «no está en el mapa». Y, mi pregunta a raíz de estos datos,
siguiendo al Sócrates de la Religiosidad Popular, mosca cojonera sin igual,
claretiano y docente inquirente de la Santa Madre Iglesia, nuestro recordado
Paco Gazapo, el reverendo Francisco Rodríguez Pascual, ¿qué queremos poner en
el mapa?
Podemos poner en el mapa un patrimonio
atesorado de siglos y actual, pero dicho patrimonio requeriría de un análisis
sesudo. ¿Todas las imágenes de vírgenes actuales a lo Belén Esteban? ¿Pasos de
misterio con cristos vestidos (o semidesnudos) al gusto bético? ¿Pasos a costal
sin importar lo que se lleve arriba? ¿Tronos convertidos en hiperbólicos
retablos barrocos con trabajaderas? ¿Coreografías interminables de danzantes de
aurreskus hispalenses sobre ebúrneas
zapatillas que hacen de los recorridos un Trivial plomizo de calles, rúas,
plazas y plazuelas?
Días atrás se recordaba, ¡maldita
Memoria Histórica!, que no hace tanto tiempo se buscaban hermanos de carga ya
no solo para portar imágenes, sino incluso para empujar carrozas a ruedas (vive
Dios que no lo soporto). También se ha hablado aquí de imágenes, santo y seña
de nuestra Semana Santa como la Dolorosa de Montagut (qué extraordinario
maridaje haría con el Cristo de los Doctrinos en el ocaso del Lunes Santo, si
las dos cofradías de origen franciscano se pusieran de acuerdo en medievalizar
espiritualmente la Semana Santa salmantina, añadiendo los broncos y
destemplados parches de tambor de la Franciscana en un cortejo penitencial
charro por excelencia presidido por una imagen castellana y una imagen catalana,
al gusto de Ortega o Unamuno), requieren de una importante labor pedagógica
para lograr cargadores a escasas horas de que dé comienzo su estación de
penitencia.
Nos guste o no, las Semanas Santas de
Castilla y León, son fruto de la influencia externa de siglos. La gran loada
Zamora, lo fue de influencias sureñas decimonónicas de viajes de corporación
municipal adecuando la suntuosidad barroca hispalense a la austeridad (de
carácter y pecuniaria) de las orillas del Duero. No en vano, cuando salen los
cargadores de Zamora de debajo de un paso y los costaleros (o cargadores)
hispalenses o charros, muchas veces no se distingue si han dado día libre de
permiso penitenciario en Topas, sea para el septentrión de la Tierra del Vino o
para el meridiano de La Armuña.
Lo que sí que es cierto, es que la espiritualidad
que dejaron las órdenes religiosas reformadas por ilustres que pisaron (y
fueron pisados por la jerarquía de entonces) las cañadas conventuales y majadas
universitarias charras, como san Juan de la Cruz o santa Teresa de Jesús,
proclamada doctora en septiembre como los malos estudiantes, esa espiritualidad de carámbano, propia de
la austeridad fría, secante, cortante y distante de estas tierras de interior
que miran más al Cantábrico o al Atlántico que al Mediterráneo, ha marcado
durante siglos una identidad, o mejor dicho unas identidades que diría el
malogrado Ángel Carril (DEP), presentes en nuestra Semana Santa, contra las
cuales nos solemos rebelar con costales, alcohol, comilonas, sexo y agresividades
intempestivas. No en vano, en Castilla y León, el alcohol va unido a la Semana
Santa tanto o más que el incienso. Es nuestro incienso interior. No hay
procesión que no se precie de aguardientes, orujos, limonadas, zurracapotes o
espirituosos varios ligados al final de la época cuaresmal. Decir «Luna llena
de Primavera» (con permiso de los ecumenistas vaticanos y tontocanos) es maridar viandas y licores para lograr ascetismos de
procesiones en gélidas madrugadas y ventosas vísperas de túnica y mojiganga.
No estoy criticando. No. Estoy poniendo
de relieve que son muchas las identidades, como muchas son las pluralidades de
los asistentes a corridas de toros en la actualidad. Al igual que en ese «Otoño
de la Edad Media» contado y cantado por Huizinga, muchos jóvenes vienen a
nuestras hermandades y cofradías de penitencia a mostrar su rebeldía contra un
juego de wokismo inusitado de
jerarquías de birretes y bonetes (a partes iguales) en los que han dejado de
creer. No podemos en las cofradías y hermandades seguir con ese wokismo de faja y costal. Habrá que ir
encauzando al capillo, capirote, cíngulo, antifaz, rosario, velón y crepitar de
cera, las inquietudes espirituales y carnales de dichos jóvenes. Sin buenos
directivos (espirituales, académicos, religiosos y cofrades) no será posible
tamaña y loable empresa.
Queridos Paco y José Manuel: poner la Semana Santa de Salamanca en el mapa, supone previamente dar una brújula a nuestros jóvenes. Si no se la damos nosotros, y le decimos donde están sus puntos cardinales (Oración, Penitencia, Comunión y Trascendencia), estarán perdidos. Nuestros jóvenes están cansados de GPS repetitivos con voces tediosas. Quieren volver al mapa. Al mapa descolorido, roído y vetusto de las escuelas rurales de antaño. Pero eran mapas claros y concisos donde Salamanca, al menos en esa época, sí que estaba en el mapa. Y en el Reino de León, para más señas. Cosas del Tío Paco… y de Javier de Burgos.
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