Cuando hace unos días asistíamos, yo diría que
incondicionalmente –como siempre–, a la gala de presentación del cartel que
anunciará nuestra Semana Santa el próximo 2026, mi sensación era la de que se
abría la puerta a la cuaresma y ya podíamos empezar a especular con lo que se nos
viene de forma más o menos inmediata. En una palabra: pregonero.
Y más si en esa gala, en la que la Semana Santa procesional
y la ciudad casi al completo se ponen de tiros largos, la presentación de la
presentadora que daba hilo conductor a la misma, nos llegaba en forma de
emotivas frases cargadas de adjetivos aromatizados con azahar y de poética
prosa incensada, en lo que bien podía haber sido un pequeño pregón del gusto de
muchos cofrades. Eso, añadido al runrún que a todos nos carcome en este día, en
un acto que va más allá del simple desvelar una foto y un motivo, hizo que
muchos de los que por allí estábamos comenzásemos con las cábalas para poner
cara al pregón del próximo año y nombre al pregonero.
Porque sabemos que al poco de la presentación del cartel,
se convoca la rueda de prensa en la que el presidente de nuestra Junta de
Semana Santa desvela, entre otros misterios bien guardados, el nombre de quien
se encargará de anunciar la Semana Santa salmantina desde el ambón del teatro
Liceo. Y, claro, eso lleva aparejada la necesidad de descifrar la incógnita de
la imagen sagrada que va hilvanada al pregonero desde que José Cornejo
trasladase, acertadísimamente, el acto cofrade al profano escenario, dejando
para otras liturgias los altares y presbiterios de templos tan solemnes como
fríamente incómodos.
Hace apenas un par de días, los avances del noticiero de
actualidad de la Cadena de Ondas Populares Españolas en Salamanca –cebos los
llaman los de la profesión periodística– anunciaban para las doce horas de esa
misma mañana, la rueda de prensa en la que el presidente de la Junta
anunciaría, junto a los actos cuaresmales previstos, el esperado nombre del
pregonero de la Semana Santa de Salamanca (entiéndase el masculino genérico).
Pero, llegado el mediodía, y tras el Ángelus habitual en esas ondas, quienes
esperaban expectantes se vieron con un palmo de narices, decepcionados y tan
ignorantes como minutos antes de que el ángel anunciase a María su buenanueva.
Porque seguramente alguien se equivocó en su anuncio, no hubo rueda de prensa y
ahora seguimos todos como antes. Sin conocer pregonero y sin poder especular
con la talla que acompañará a sus palabras en el tablado del Liceo (que bien
podría ser la Dolorosa de Montagut en el centenario de la Seráfica, ¿verdad,
Bernardo?).
En cualquier caso, no es malo especular y así llevamos
haciéndolo con obsesiva curiosidad desde que el pregón es pregón. Y hacemos
nuestras apuestas, poniendo a unos y quitando a otros según nuestros gustos y
preferencias, cuando seguramente el pregón está ya casi redactado, si no en
imprenta, y el pregonero in pectore, encerrado en su secreto, seguro que
disfruta, sonríe, se sorprende o, incluso, se enerva mientras tirita alguna parte
de sí mismo, escuchando a los seleccionadores aficionados.
¿Será hombre o mujer? ¿Será cofrade o no? ¿Tendrá el curso
diocesano o para esto no es necesario? ¿Será un político o alguien de la
cultura? ¿Será cercano o lejano? ¿Será...? Y al tiempo, siempre un «pues el
mejor sería...» lanzado como colofón de experto analista por cualquiera de
nosotros, o ese «ya verás cómo es...» añadiendo calificativos más o menos
adecuados en función de las afinidades del mencionado analista –que, en este
caso, me temo que somos casi todos– al nombre asignado como posible candidato.
En fin, que la COPE descorrió el cerrojo, aunque la puerta
aún no se haya abierto, y nos animó a avanzar nuestras quinielas y
especulaciones, bien sea que solo haya sido por unas horas. Seguiremos
tranquilos hasta que vuelvan a anunciarnos la noticia para después del Ángelus
y, mientras tanto, podremos confiar hasta el último momento en que, a pesar de
todo, el nombrado sea el que queríamos o el que esperábamos, que no siempre son
lo mismo. Sigamos en ascuas.
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