miércoles, 26 de noviembre de 2025

Reducción al estado cultural

| | 0 comments

Enrique Mora González OdM

Fiesta del Ser Supremo, 1794. Museo Carnavalet, París

26-11-2025

Las hermandades, cofradías o congregaciones, ya fueran sacramentales, de penitencia o de gloria (eso daba igual), constituyeron un «problema» para los iluminados señores de las luces o ilustrados del siglo XVIII que las suprimieron ‒al menos lo intentaron con mayor o menor éxito‒ o las redujeron, sofocándolas, a su mínima expresión para alcanzar el progreso, según ellos. Nada nuevo, pues la máscara de la pretendida razón ilustrada era, nada menos, que la reforma de la religión, desde la que se apoyaron para esta agresión. Esto, sin embargo, no fue más que una copia de los argumentos protestantes del siglo XVI que acabaron con todas las cofradías y con la vida religiosa, por un pretendido evangelismo, en las tierras en las que los príncipes impusieron el protestantismo en sus diversas ramas (cuius regio, eius religio).

La razón última que estaba detrás de esta supresión (de protestantes, ilustrados y liberales) era doble y combinada: el cesaropapismo y el jansenismo. Para decirlo en breve, aún a riesgo de reducir demasiado, lo que se pretendía era que el poder temporal (los políticos que hoy se llaman) dominaran la religión (cesaropapismo), para poder «reformarla» y «modernizarla» por su bien, siempre según ellos, con el desapercibimiento, en el XVIII, de una Iglesia que estaba, por aquellos entonces, ‒no sé si ahora también‒ a uvas. Y, por otro lado, la intención era la de reducir la encarnación de la fe en un puro sentimiento subjetivo, meramente espiritual de pureza ética sin vigor social (espíritu jansenizante). Para ello había que despojar a la religión, entre otras, de sus manifestaciones externas, del terrible boato, del asociacionismo y de, en definitiva, su fuerza social con sus derivados cuerpos intermedios sociales. El absolutismo ilustrado, que es padre directo del estado liberal al proporcionarle a este el concepto (bodinista) de soberanía, mutado después de regia a nacional, llevó a cabo esta maniobra contra frailes y cofrades que continuaron luego, con saña y esmero, los modernos liberales.

El «estado omnipotente» (it's the question), ya sea de régimen absolutista o liberal, para el caso es lo mismo, no soporta ni tolera cuerpos intermedios sociales (con autogestión y autonomía) entre el estado y el individuo. Y así había que doblegar a la Iglesia católica en general y quitarle su fuero tradicional que tenía, en una sociedad sacralizada, en virtud de su fundación divina y para ello, qué mejor, que utilizar la máscara de «pureza evangélica» para quitarse de encima de un plumazo este cuerpo social intermedio que era la Iglesia católica, comenzando por la supresión del asociacionismo (cuerpos sociales con vigor) de frailes y cofrades que propugnaban una «religiosidad extremosa» (sic), esto es, una sociedad que tenía su argamasa en lo sagrado. Y así, con el «argumento evangelista» (siempre tan peligroso y arrojadizo) se empezó a reducir la encarnación de la fe, esto es la Iglesia, sin anticuados frailes y cofrades, a una nada flotante y fluctuante. De este modo se hizo picadillo (primero con la oposición doctrinal de la Sede Petrina y con el tiempo ya ni eso) la sociedad tradicional orgánica, con cuerpos intermedios sociales, con sus fueros y libertades, que ponían freno y control al poder del rey (en definitiva, al estado) para pasar a la sociedad de masas, de individuos atomizados, en la que nos encontramos.

Pero la cosa sigue y la combinación fatal del poder omnímodo de los estados en combinación (o aprovechando) de un pretendido evangelismo interno sigue minando la realidad de las hermandades.

Por un lado, el estado contemporáneo, sea de derechitas o de izquierditas, tolera a las hermandades y cofradías (sobre todo las que tienen cierta importancia por el turismo semanasantero o las que mantienen un bien del patrimonio), en tanto en cuanto se reduzcan a una «asociación cívica cultural», si es que quieren mamar del bote de las subvenciones. Y, por otro lado, la Iglesia las tolera, incluso con bendiciones, bajo la maza contante de la acusación (o desconfianza) de ver en ellas una religiosidad solo externa y vacía. Y así, como dice el refrán, entre todos la mataron y ella sola se murió.  

Pero nosotros a lo nuestro. La reflexión, quizá principal de los foros, congresos, tertulias, cursos y cursillos de las hermandades y cofradías, debiera ir encaminada hacia esta cuestión basilar. ¿No sería bueno, me cuestiono, que las hermandades se replantearan, como esencial, su papel de «asociacionismo católico militante» para reencontrar su entronque histórico, hallar su libertad externa (con persecuciones) y alcanzar, al mismo tiempo, su purificación interna?

Pero bueno, si no, con humor, siempre nos quedará la «opiosa» (de opio) discusión de estilos para encender las pasiones. O el no menos opiáceo debate, sobre todo eclesiástico, del pretendido evangelismo, como si el problema universal de la religión puramente externa no fuera común al resto de «espiritualidades», incluso a las sacrosantas de los globitos y modernas dinámicas de oración.

En fin, todo con humor, pues toda afectación es mala, Sancho. Pero los cofrades, con la que está cayendo, vayamos al hueso y luego ya, si eso, como dice Mota, entremos en detalles. Porque si desde dentro esta reflexión ya ni interesa, es señal indeleble de que ya nos hemos reducido al estado cultural.    



0 comments:

¿Qué buscas?

Twitter YouTube Facebook
Proyecto editado por la Tertulia Cofrade Pasión