miércoles, 24 de diciembre de 2025

Érase una vez…

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P. P. Mateos

Adoración de los pastores, Murillo, c. 1650. Museo del Prado

24-12-2025

Así comenzaban muchos cuentos y leyendas contados a los pequeños en torno a la lumbre. Allí se formaban ilusiones que permitían, en no pocas ocasiones, superar lo obstinado de una escasez y un frío que parecía volverse amigo cuando obligaba a los pequeños a permanecer en casa, a la lumbre. Ilusiones que forjaban la esperanza de un futuro al alcance de la mano: «Cuando sea mayor…». Ni que decir tiene que las ilusiones de la infancia no siempre, más bien pocas veces se cumplían tal cual…

La simbología que se proyectaba en adornos puntuales ahora todo lo llena, dentro y fuera de casa y las sensaciones del hogar, aun cuando mantengan la misma virtualidad, ya no producen imaginación ni tampoco ilusiones y esperanzas. Ahora salimos a la calle y nos sentimos inmersos en un mundo que parece tan real que resulta creíble, pero que no produce esperanza sino frustración cuando desaparece mágicamente. Falta el alma, la ternura, la satisfacción que sentía el abuelo o abuela viendo a los nietos absortos. Ahora no hay alma, solo curiosidad: vamos a ver qué han puesto. Pronto la rutina nos sumerge en el desencanto, producto de la monotonía.

El acontecimiento que da sentido a la Navidad es el nacimiento de Jesucristo. Este nacimiento, en las condiciones que se produjo, poco o nada tiene que ver con el modo en que hoy lo celebramos. Y, sin embargo, se sigue produciendo allí donde un corazón lo recibe. El mismo nacimiento que ha recibido empuja a ese corazón hasta los rincones más excluidos de este mundo que pareciendo angelical, mientras se encienden las luces, resulta diabólico pues en él no caben los excluidos, ni los vulnerables...  ya no pueden seguir el ritmo normal ni muchos trabajadores.

Sin embargo, el recién nacido ha llegado a este mundo donde no tiene cabida desde el principio, nace a las afueras de la ciudad, en un establo. Nace para despertar, no una ilusión, sino la esperanza de que realmente son felices los pobres de espíritu, los limpios de corazón, los que trabajan por la paz… y quienes acojan este sueño deben saber que para seguirlo «tienen que negarse a sí mismos y cargar con su cruz cada día». Podemos pensar que no son días adecuados para hablar de esta forma, pero ¿no es la Navidad el anuncio de la Pascua? ¿No se produce la alegría de la Navidad por la presencia del Salvador?

Los cristianos, en particular si queremos los cofrades, debemos sentir una admiración sublime por el Señor, que quiere vivir en nuestro mundo, donde ya nosotros mismos sentimos presión para no vivir adecuadamente el modo de vida que lo llevará a la muerte.

Dice San Pablo: «Porque nos apremia el amor de Cristo al considerar que, si uno murió por todos, todos murieron. Y Cristo murió por todos, para que los que viven ya no vivan para sí, sino para el que murió y resucitó por ellos».

¡Feliz Pascua de la Navidad!



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