viernes, 26 de diciembre de 2025

Sentir la Navidad, todo el año

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Vega Villar Gutiérrez de Ceballos

La Natividad (c. 1557), Jacopo Tintoretto. Museum of Fine Arts, Boston

26-12-2025

Acabamos de celebrar la Natividad, el nacimiento de Jesucristo, uno de los tres nacimientos que celebra el cristianismo y que es el principal motivo de la celebración de la Navidad.  Si nos abstraemos de todo lo que hoy en día conlleva la celebración de estas fiestas, que cada vez se alejan más de su verdadero significado, tendríamos la verdadera esencia del gran acontecimiento que supuso la llegada del Salvador.

También hemos pasado ya la fecha de la llegada del «Espíritu de la Navidad», una tradición pagana de origen nórdico que hoy en día se traduce como un espíritu que encarna la bondad y la generosidad. En estos días nos da por ser buenos amigos y compañeros, más generosos y solidarios e intentar llevar a cabo toda clase de «buenos deseos». Pero ¿de qué sirve que todo esto nos dure solo mientas celebramos la Navidad?

Aprovechemos estos días para reflexionar sobre el verdadero significado de la venida de Jesús, el niño Dios, un nacimiento humilde pero lleno del calor de todos aquellos que se acercaron hasta su cuna, sobre la generosidad de su joven madre María y de san José. Reflexionemos sobre el perdón, los valores cristianos, la entrega sin condiciones y el amor que es lo que realmente simboliza el niño que nació en Belén.

Y es que, a menudo, la Navidad se siente como un paréntesis en el año: un momento de tregua donde somos más generosos y amables. Sin embargo, el verdadero reto es evitar que ese espíritu se apague cuando guardamos los adornos. Ello implica:

  • La fe como hábito, no como evento: Recordar el mensaje de Belén a diario significa elegir la compasión y la esperanza incluso en la rutina de un martes cualquiera en marzo o la fatiga de un viernes en octubre.
  • La constancia del amor: Si el amor es el motor de estos días, desarrollarlo el resto del año implica convertir los «buenos deseos» en acciones concretas de servicio y escucha hacia los demás.

Y el punto de partida es la renovación interior, pues estos días no son el final de una celebración, sino el kilómetro cero de una nueva versión de nosotros mismos. Para que algo nuevo nazca, hay que hacer espacio. Esto implica soltar rencores, prejuicios y egoísmos que hemos acumulado durante el año. Y también implica la renovación interior que nos permita ver el mundo no con cinismo, sino con la capacidad de asombro y pureza propia de la infancia: volver a confiar y volver a empezar.

Esta es la metáfora central: el nacimiento en Belén es un evento histórico, pero el nacimiento en el corazón es un evento espiritual y humano continuo.

Si logramos que la Navidad sea un estado del alma y no solo una fecha en la agenda, habremos comprendido el verdadero sentido de la transformación.

Esperemos ahora la Epifanía, como revelación y manifestación de nuestra fe, como la llegada de Cristo al mundo, pero también como fecha en la que los cristianos conmemoramos la adoración de los Reyes Magos, que la tradición identificó como Melchor, Gaspar y Baltasar que ofrecieron al niño oro, incienso y mirra, que simbolizan la realeza, la divinidad y la humanidad que presagia el sufrimiento y su muerte.

¡Que los Reyes Magos nos traigan a todos un feliz año 2026, que se nos cumplan los buenos deseos y por qué no, bonitos regalos!



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