Dedicado a Manuel López Becker, imaginero y amigo
Es
costumbre en algunas plazas de toros, fundamentalmente el coso venteño
madrilano, aplaudir los toros que de salida presentan un trapío excelente. Es
lo que llamamos vulgar y taurinamente las hechuras del toro.
Es
difícil y fácil a la vez hablar de hechuras. Por un lado, tenemos que cada
encaste es de su padre y de su madre. Cada ganadería dentro de un mismo encaste
presenta su fenotipo según su genotipo. Y hay muchas ganaderías saneadas con
diferentes encastes donde predominan unos u otros según sus anhelos
(dominantes, neutros o recesivos) que algo aprendimos hace témporas gracias a
la herencia de un tal Mendel (religioso para más señas, que por desgracia le dio
más por los guisantes que por el jamón).
Al
fin y al cabo, las hechuras corresponderían no solo a que un toro de un encaste
se adecúe físicamente a ese encaste y no a otro, sino que esté bien hecho, que
no sea contrahecho. Si bien eso es bastante objetivo, no menos importante en
las hechuras son los aspectos subjetivos juzgados, a decir verdad,
proporcionalidad y mesura en todos sus aspectos, desde la cornamenta, la
testuz, las manos, el morrillo, las patas, cuartos delanteros y traseros,
color… hasta el rabo, pues todo es toro.
Recientemente
la Congregación de la Doctrina de la Fe, que preside el cardenal austral Tucho
Fernández, de erótica memoria, ha publicado una nota donde se cuestionan (por
no decir que son sometidos al ostracismo teológico y pastoral) los términos
marianos de corredentora y mediadora de todas las gracias. No ha caído bien
este documento, pues son muchos los obispos y teólogos que han proclamado estos
títulos referidos a María, algunos como san Pedro Poveda, incluso con su
sangre.
No
pretendo hacer aquí erudiciones, pues no es el lugar; aunque se echa de menos
que los sesudos consiliarios de cofradías y hermandades, incluso algún obispo
hablara de ello en lenguaje claro, sencillo y llano al pueblo fiel en general y
al cofrade de a pie en particular, que la lidia a pie, la de la religiosidad popular,
surgió por oposición al señoritismo de la lidia a caballo.
Lo
digo porque, en el último vestigio arriano de la antigua Iberia e Hispania,
queda (quedamos) la Semana Santa, cofrades, hermanos y penitentes, como
valedora y escuderos principales de Arrio y los suyos.
Es
por ello que siempre hemos tratado a María como a una Reina. Como a un
Santísimo la ponemos bajo palio (ya quisieran muchas custodias españolas tener
las riquezas de cualquier palio charro, sea el de la Esperanza, el de la
Caridad y Consuelo o el de la Soledad). Sí, un santísimo femenino, mucho antes
de que los progres inventaran eso de Dios Padre-Madre que suena a monja secular
de corte de pelo escuadrado (ya saben, el octavo don del Espíritu Santo con las
congregaciones religiosas femeninas sociales al borde de la desaparición) con
ganas de liberarse del hetero-patricarcado aspirando a ser ordenada sacerdote
(casado por supuesto, y si es posible con contrario homosexual por lo civil) a
sus noventa años sintiéndose joven. O como dicen ahora, viejoven.
También
afecta a altares y retablos. Miren cuántos retablos hay presididos por una
imagen mariana dejando fuera o muy abajo cualquier referencia a Jesús.
Nuestra
Semana Santa está plagada de imágenes marianas ricamente decorosas con joyas,
coronas y ternos taurinos. No lo critico. Me encanta, porque es la manera
hiperbólica de expresar la fe sencilla del pueblo hispano. Arrianismo en estado
puro. Lo dice el Antiguo Testamento: «enjoyada está la reina con oro de Ofir»,
del salmo 45 (44).
Una
de las críticas de la progrhez vetero
conciliar a la Semana Santa ha sido el exceso de gastos en lo que supone la
exaltación de imágenes en cultos internos y no digamos ya en cultos externos
(revisen imágenes marianas charras bajo las advocaciones del Rosario o de la
Merced). Se han criticado las joyas, los ropajes, las piedras preciosas, los
dorados, los oropeles, lo argénteo, lo ebúrneo… sin tener en cuenta que esas
riquezas son lo visible de un tesoro artístico, cultural y espiritual
trasmitido a lo largo de muchos siglos. Es un agradecimiento perpetuo a las
gracias recibidas de Jesús a través de María, siguiendo los dos grandes pasajes
marianos evangélicos, el «Haced lo que él os diga» de Caná y «Hijo ahí tienes a
tu Madre» del Calvario. Entre medias, el famoso «Dichosos los pechos que te
criaron», primera gran interjección desmedida a la Madre de Dios y Madre de
Cristo contra los nestorios
progresistas de nuestra sociedad actual.
Si
bien es verdad que estas tierras del Antiguo Reino de León siempre fueron de «vírgenes
pobres», en palabras del descreído leonés Victoriano Crémer (por cierto,
anarquista y fundador de una hermandad), el contrapunto siempre lo pusieron las
cofradías y hermandades con su barroquismo, el arte más arriano por excelencia,
y su uso desmedido (y tremendamente acertado) de archiperres en cada loa penitencial a María.
Por
ello, esta nota, con la cual, como creyente y practicante y teólogo, estoy de
acuerdo muy en las honduras de su fondo (Cristo es el único mediador y
redentor, como afirmaba el cristólogo jesuita francés Sesboüé) y la famosa
aserción de Pascal que todo lo de María, incluso su virginidad reflejada en la
juventud de las dolorosas béticas, siempre es por referencia a Jesús (todavía
recuerdo cuando en Mariología tuve que aprenderla en francés, lengua de la cual
carezco de conocimientos, a pesar de que mi pareja es francesa), los cofrades,
lejos de creencias y prácticas litúrgicas oficiales, también podemos y debemos
seguir diciendo aquello de «De Maria nunquam satis», De María nunca se dirá lo
suficiente, porque toda grandeza con ella es insuficiente, tal como extendió el
espléndido religioso mariólogo medieval y santo, Bernardo de Claraval.
Que
se aplauda un toro en salida, no quiere decir que vaya a dar juego de indulto;
de bravura, de empuje, de casta, de nobleza… solo son hechuras, formas, juicios
subjetivos de estética que no necesariamente llevarán a la ética de la lidia
suprema de los olimpos de los maestros que hacen pases entre las nubes de los
cielos.
La
misma Comisión de la Doctrina de la Fe que no se opuso a la idolatría de la
Jezabel Pachamama (eso no es arrianismo, porque Arrio al menos humanizó a
Cristo no a un ente planetario). Además del híper antropocentrismo arriano en
Cristo devino el endiosamiento de María.
Pensemos
también en el Voto Inmaculista, nacido en tierras zamoranas, antaño de la
Diócesis de León, y prendido como pólvora de tercios albenses frente a la reforma
protestante para defender no solo a María, sino a toda la Iglesia Romana de
entonces y de hoy. Lo estamos celebrando en este mes como antesala del
Nacimiento de Dios.
En
María, las hechuras son importantes para la vida cofrade. El hecho de tratarla
como una reina, con todas las loas del Rosario, con sus letanías y demás
jaculatorias, transformadas en ajuares de tronos y vestimentas, implica
necesariamente las vivencias sencillas, simples e intuitivas de teologías que
expresan como nadie la fe del carbonero.
Fe
titubeante como la de Unamuno en San Manuel Bueno Mártir, o la de Fray
Luis entre rejas de inquisición, o san Juan de la Cruz extramuros de las
cátedras teológicas. Fe de Pozo Amarillo de san Juan de Sahagún. Fe andariega
de santa Teresa de Jesús. Fe de un Champagnat en Montagne o de tantos y tantos
fundadores que han hecho del lema «Todo a Jesús por María, todo a María por
Jesús» su principio vital (La Salle, Champagnat, Don Bosco…). Fe del hambre y
la escasez como la del Lazarillo frente a la ceguera del egoísmo. Fe de interés
pecuniario en amoríos jóvenes de vieja puta Celestina. Fe como la de un
servidor, teólogo discípulo de Olegario González de Cardedal y cofrade a mucha
honra. Fe de espiritualidad de carámbano y espiga en estas tierras de León y de
Castilla.
Fe
para marcar la cruz en el albero, mirar al cielo y santiguarse con la montera
ante la presentida taurina tragedia. Fe de mejor futuro en un hijo que viene a
la vida. Fe de una Iglesia que no condene al ostracismo de la indiferencia. Fe
de niño en catequesis de Comunión. Fe rasgada de adolescente. Fe. Fe. Más fe.
Sin tilde y con minúscula.
Fe
de siglos. Fe de María. Fe corredentora. Fe mediadora.
Papá,
¿por qué María va bajo palio? Porque es la… ¡Madre de Dios! Pues eso. Literal
para un cofrade. No parece que sea así para el Tucho y adláteres vaticanos.
¿Y,
qué hacemos con la advocación de la parroquia homónima de Salamanca, tan
cercana a La Glorieta? Jodido, muy jodido.
Que
traigan al Tucho. Se lo comerán a besos.
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