miércoles, 3 de diciembre de 2025

Hechuras

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Álex J. García Montero

Fotografía: Alfonso Barco

03-12-2025
 

Dedicado a Manuel López Becker, imaginero y amigo

 

Es costumbre en algunas plazas de toros, fundamentalmente el coso venteño madrilano, aplaudir los toros que de salida presentan un trapío excelente. Es lo que llamamos vulgar y taurinamente las hechuras del toro.

Es difícil y fácil a la vez hablar de hechuras. Por un lado, tenemos que cada encaste es de su padre y de su madre. Cada ganadería dentro de un mismo encaste presenta su fenotipo según su genotipo. Y hay muchas ganaderías saneadas con diferentes encastes donde predominan unos u otros según sus anhelos (dominantes, neutros o recesivos) que algo aprendimos hace témporas gracias a la herencia de un tal Mendel (religioso para más señas, que por desgracia le dio más por los guisantes que por el jamón).

Al fin y al cabo, las hechuras corresponderían no solo a que un toro de un encaste se adecúe físicamente a ese encaste y no a otro, sino que esté bien hecho, que no sea contrahecho. Si bien eso es bastante objetivo, no menos importante en las hechuras son los aspectos subjetivos juzgados, a decir verdad, proporcionalidad y mesura en todos sus aspectos, desde la cornamenta, la testuz, las manos, el morrillo, las patas, cuartos delanteros y traseros, color… hasta el rabo, pues todo es toro.

Recientemente la Congregación de la Doctrina de la Fe, que preside el cardenal austral Tucho Fernández, de erótica memoria, ha publicado una nota donde se cuestionan (por no decir que son sometidos al ostracismo teológico y pastoral) los términos marianos de corredentora y mediadora de todas las gracias. No ha caído bien este documento, pues son muchos los obispos y teólogos que han proclamado estos títulos referidos a María, algunos como san Pedro Poveda, incluso con su sangre.

No pretendo hacer aquí erudiciones, pues no es el lugar; aunque se echa de menos que los sesudos consiliarios de cofradías y hermandades, incluso algún obispo hablara de ello en lenguaje claro, sencillo y llano al pueblo fiel en general y al cofrade de a pie en particular, que la lidia a pie, la de la religiosidad popular, surgió por oposición al señoritismo de la lidia a caballo.

Lo digo porque, en el último vestigio arriano de la antigua Iberia e Hispania, queda (quedamos) la Semana Santa, cofrades, hermanos y penitentes, como valedora y escuderos principales de Arrio y los suyos.

Es por ello que siempre hemos tratado a María como a una Reina. Como a un Santísimo la ponemos bajo palio (ya quisieran muchas custodias españolas tener las riquezas de cualquier palio charro, sea el de la Esperanza, el de la Caridad y Consuelo o el de la Soledad). Sí, un santísimo femenino, mucho antes de que los progres inventaran eso de Dios Padre-Madre que suena a monja secular de corte de pelo escuadrado (ya saben, el octavo don del Espíritu Santo con las congregaciones religiosas femeninas sociales al borde de la desaparición) con ganas de liberarse del hetero-patricarcado aspirando a ser ordenada sacerdote (casado por supuesto, y si es posible con contrario homosexual por lo civil) a sus noventa años sintiéndose joven. O como dicen ahora, viejoven.

También afecta a altares y retablos. Miren cuántos retablos hay presididos por una imagen mariana dejando fuera o muy abajo cualquier referencia a Jesús.

Nuestra Semana Santa está plagada de imágenes marianas ricamente decorosas con joyas, coronas y ternos taurinos. No lo critico. Me encanta, porque es la manera hiperbólica de expresar la fe sencilla del pueblo hispano. Arrianismo en estado puro. Lo dice el Antiguo Testamento: «enjoyada está la reina con oro de Ofir», del salmo 45 (44).

Una de las críticas de la progrhez vetero conciliar a la Semana Santa ha sido el exceso de gastos en lo que supone la exaltación de imágenes en cultos internos y no digamos ya en cultos externos (revisen imágenes marianas charras bajo las advocaciones del Rosario o de la Merced). Se han criticado las joyas, los ropajes, las piedras preciosas, los dorados, los oropeles, lo argénteo, lo ebúrneo… sin tener en cuenta que esas riquezas son lo visible de un tesoro artístico, cultural y espiritual trasmitido a lo largo de muchos siglos. Es un agradecimiento perpetuo a las gracias recibidas de Jesús a través de María, siguiendo los dos grandes pasajes marianos evangélicos, el «Haced lo que él os diga» de Caná y «Hijo ahí tienes a tu Madre» del Calvario. Entre medias, el famoso «Dichosos los pechos que te criaron», primera gran interjección desmedida a la Madre de Dios y Madre de Cristo contra los nestorios progresistas de nuestra sociedad actual.

Si bien es verdad que estas tierras del Antiguo Reino de León siempre fueron de «vírgenes pobres», en palabras del descreído leonés Victoriano Crémer (por cierto, anarquista y fundador de una hermandad), el contrapunto siempre lo pusieron las cofradías y hermandades con su barroquismo, el arte más arriano por excelencia, y su uso desmedido (y tremendamente acertado) de archiperres en cada loa penitencial a María.

Por ello, esta nota, con la cual, como creyente y practicante y teólogo, estoy de acuerdo muy en las honduras de su fondo (Cristo es el único mediador y redentor, como afirmaba el cristólogo jesuita francés Sesboüé) y la famosa aserción de Pascal que todo lo de María, incluso su virginidad reflejada en la juventud de las dolorosas béticas, siempre es por referencia a Jesús (todavía recuerdo cuando en Mariología tuve que aprenderla en francés, lengua de la cual carezco de conocimientos, a pesar de que mi pareja es francesa), los cofrades, lejos de creencias y prácticas litúrgicas oficiales, también podemos y debemos seguir diciendo aquello de «De Maria nunquam satis», De María nunca se dirá lo suficiente, porque toda grandeza con ella es insuficiente, tal como extendió el espléndido religioso mariólogo medieval y santo, Bernardo de Claraval.

Que se aplauda un toro en salida, no quiere decir que vaya a dar juego de indulto; de bravura, de empuje, de casta, de nobleza… solo son hechuras, formas, juicios subjetivos de estética que no necesariamente llevarán a la ética de la lidia suprema de los olimpos de los maestros que hacen pases entre las nubes de los cielos.

La misma Comisión de la Doctrina de la Fe que no se opuso a la idolatría de la Jezabel Pachamama (eso no es arrianismo, porque Arrio al menos humanizó a Cristo no a un ente planetario). Además del híper antropocentrismo arriano en Cristo devino el endiosamiento de María.

Pensemos también en el Voto Inmaculista, nacido en tierras zamoranas, antaño de la Diócesis de León, y prendido como pólvora de tercios albenses frente a la reforma protestante para defender no solo a María, sino a toda la Iglesia Romana de entonces y de hoy. Lo estamos celebrando en este mes como antesala del Nacimiento de Dios.

En María, las hechuras son importantes para la vida cofrade. El hecho de tratarla como una reina, con todas las loas del Rosario, con sus letanías y demás jaculatorias, transformadas en ajuares de tronos y vestimentas, implica necesariamente las vivencias sencillas, simples e intuitivas de teologías que expresan como nadie la fe del carbonero.

Fe titubeante como la de Unamuno en San Manuel Bueno Mártir, o la de Fray Luis entre rejas de inquisición, o san Juan de la Cruz extramuros de las cátedras teológicas. Fe de Pozo Amarillo de san Juan de Sahagún. Fe andariega de santa Teresa de Jesús. Fe de un Champagnat en Montagne o de tantos y tantos fundadores que han hecho del lema «Todo a Jesús por María, todo a María por Jesús» su principio vital (La Salle, Champagnat, Don Bosco…). Fe del hambre y la escasez como la del Lazarillo frente a la ceguera del egoísmo. Fe de interés pecuniario en amoríos jóvenes de vieja puta Celestina. Fe como la de un servidor, teólogo discípulo de Olegario González de Cardedal y cofrade a mucha honra. Fe de espiritualidad de carámbano y espiga en estas tierras de León y de Castilla.

Fe para marcar la cruz en el albero, mirar al cielo y santiguarse con la montera ante la presentida taurina tragedia. Fe de mejor futuro en un hijo que viene a la vida. Fe de una Iglesia que no condene al ostracismo de la indiferencia. Fe de niño en catequesis de Comunión. Fe rasgada de adolescente. Fe. Fe. Más fe. Sin tilde y con minúscula.

Fe de siglos. Fe de María. Fe corredentora. Fe mediadora.

Papá, ¿por qué María va bajo palio? Porque es la… ¡Madre de Dios! Pues eso. Literal para un cofrade. No parece que sea así para el Tucho y adláteres vaticanos.

¿Y, qué hacemos con la advocación de la parroquia homónima de Salamanca, tan cercana a La Glorieta? Jodido, muy jodido.

Que traigan al Tucho. Se lo comerán a besos.



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