Julián Alcántara
Prieto es el nuevo hermano mayor de la Cofradía de Cristo Yacente. Y eso es
tanto como decir que alguien que ha mamado la hermandad desde la cuna ‒el
nacimiento de ambos apenas dista unos meses en el calendario‒ va a ser el
encargado de dirigirla durante los próximos tres años. Una garantía. Porque mi
amigo Juli tiene la cofradía en la cabeza (conoce a cada cofrade y pocos serán
los que no le conozcan a él), pero, sobre todo, la tiene en el corazón.
Juli es, pese los
casi 600 kilómetros que nos separan desde hace tiempo, uno de los regalos más
preciados que me ha hecho la Semana Santa. De su mano la descubrí por dentro
junto a los hermanos Hernández Cabezas, los incondicionales Ángela y Kiko.
Ellos me abrieron la puerta de la Capilla de la Virgen de la Verdad para
conocer las entretelas de una hermandad y cuánta tarea hay antes y después de
una procesión. Cómo se prepara y se desmonta. Cómo se trabaja todo el año
continua y calladamente. Pero a lo largo de casi veinte años, es decir, la mitad
de su vida, Juli me ha enseñado sobre todo a querer a una cofradía, la nuestra.
Porque esta es la suya, aunque haya pagado cuota en alguna otra.
De paciencia va
cargado. Bien lo sé. Aguantaba sin protestar a la puerta de El Adelanto
cuando diez minutos se convertían en una hora mientras se cerraban las últimas
páginas del periódico del día siguiente. Y aguantó, como solo lo hacen los
buenos amigos, cuando razones tuvo para hacer lo contrario. Junto a él también
he aprendido el sentido profundo de la fe, que no abandonó ni en los peores
momentos. Entre los mejores contamos el pasado Domingo de Ramos, en la primera
Borriquilla de su hijo Alejandro, que cumple en noviembre, el mismo mes en el
que él ha sido ahora elegido como hermano mayor.
Juli es hijo de Julián,
una de las grandes figuras de nuestra Semana Santa. Uno de sus mitos me
atrevería a decir sin que me ciegue el cariño. Y sucede a Roberto, que asumió
las riendas de la cofradía justo entre ambos. Durante su liderazgo, siempre en
equipo, se ha gestionado con éxito la etapa poscovid y se ha celebrado, con atino
y buen criterio, el quinto centenario de la hechura del Cristo de las Isabeles.
También se han resuelto con mucha mano izquierda y determinación situaciones difíciles,
habituales en instituciones formadas por hombres y mujeres, que pusieron en
aprietos la carga y la banda. En su haber queda también la digna recuperación
de otra de las personas emblemáticas de la hermandad, Félix Torres. Ahora
Roberto da un paso a un lado para volver a ser un hermano más, aunque ya será
para siempre uno de nuestros hermanos mayores. Y, ante su renuncia, Juli, que
venía ejerciendo de número dos, da un paso natural al frente. Un paso que algún
día iba a llegar.
Me consta que Juli se lo ha pensado, pero por mucho que pensara, cuando las cosas siguen su normal evolución, poco hay que pensar. Lo hará bien. Y en esta afirmación tampoco me ciega la amistad. Se rodea de un buen equipo al que solo podemos agradecerle las horas que entregará altruistamente al buen discurrir de la cofradía. A su lado estarán, entre otros, Ramón, un veterano al que la hermandad le corre por las venas, o Sara, un luminoso descubrimiento en el último mandato. Bajo el amparo del Cristo de la Agonía Redentora y Yacente de la Misericordia, así será. Desde ahora mi amigo Juli es algo que, en el fondo, ya venía siendo: mi hermano mayor. Una alegría y un orgullo.




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