Estos días en que se abre al Adviento un calendario que
quien más quien menos deshoja con la expectativa puesta en la noche de la
Natividad, la coincidencia de días festivos laico-religosos, o laico-laicos
(que ya no se sabe), en este pasado largo fin de semana, ha hecho de Salamanca
una ciudad invadida por hordas de visitantes ávidos de luces y bocadillos de
ibérico a doce euros la pieza, degustados ambos, luz y jamón, en la
simultaneidad que permitía el propio trasiego de transeúntes bloqueando calles
y plazas.
Días de Adviento que, si no es por lo que muchos de
nosotros llevamos de herencia cristiana, pasarían más por unas fiestas de
exaltación del turismo y del comercio local y virtual que por ser una de las
celebraciones más entrañables de cuantas sustentan nuestra fe (sin perder de
vista que no deja de ser un paso más hacia la verdadera Pascua de
Resurrección).
Luces cada día más sin sentido y actividades masivas en las
que el buenísmo woke nos lleva a que un astronauta sea protagonista e
hilo conductor de la proyección municipal que ensalza la Navidad, si es que se
puede llamar así (tanto al verbo como al sustantivo), pues no habrá siquiera
una mínima referencia al motivo principal de la celebración, paganizando a los
miles de observadores absortos en la fachada del Ayuntamiento, sin que brote
una sola queja de lo visto en la dorada pantalla.
Colas interminables para presenciar un «espectáculo» de
luces en el cada día más maltrecho Huerto de Calixto y Melibea, en gigantesca
barahúnda que enlaza sin solución de continuidad con las «navideñas» casetas de
unos jardines de Anaya inundados de olor a algodón de azúcar y manzanas de
caramelo en un ambiente más septembrino, por lo de las ferias y fiestas, que de
gorro y bufanda invernales.
Y mientras, entremezclado con todo ese maremagnum y pasando
práctica o aparentemente desapercibido, un acto de Semana Santa o, mejor dicho,
un acto cofrade se erigía en protagonista de la tarde del domingo. Una oración
de felicitación a la Virgen, con fray Enrique Mora como felicitador
protagonista, y un besamanos a esa misma Virgen congratulada, congregaban a
cofrades y devotos en un recogimiento que intentaba evadirse, seguro que
vanamente, de luces y bullas imposibles.
Una mezcla de tradición mal entendida (por los de fuera) y
devoción íntima y sincera (por los de dentro) que bien puede servir de ejemplo
extrapolable a los días de la Pasión. Cientos de gentes en guirigay jaranero
visitante de templos e iglesias sin más fin que mirar o admirar las imágenes
procesionales expuestas, al tiempo que otros intentan acercarse a ellas con una
oración silenciosa y recogida casi desapercibida. Innumerables visitantes de jueves
y viernes que no buscan dar más sentido a esos días que el propio de la
escenificación, de la fiesta en su motivo más lúdico y de los días de vacación.
Personas para quienes la Semana Santa cofrade es una completa desconocida más
allá de lo que ven en las calles.
Sin embargo, tanto en Adviento como en Semana Santa, todos
esos que hablan a gritos sin apenas caer en la cuenta de si su tono de voz
pudiera ser molesto para quienes están felicitando a la Virgen u orando ante la
imagen de su devoción minutos antes de salir en penitencia, son posiblemente
los protagonistas inconscientes pero imprescindibles de esas festividades sin
los que sería difícil no solo mantener sino, incluso, entender luces navideñas y
procesiones pasionales. Son los que hacen que el ayuntamiento derroche miles de
euros en llamativas luminarias y en actos paracofrades, aunque la equidistancia
de la corrección política lleve a que sea un astronauta quien nos anuncie la
Navidad, cuando bien podía haberse centrado el discurso en un Nacimiento que
todos entendiéramos, o que sea la denominación de Fiesta de Interés Turístico
la que haga llegar a ese público mero espectador de procesiones el sentido de
lo que trasciende mucho más allá en el espíritu de muchos de nosotros.
Una marabunta bullanguera e, incluso, ignorante, sin la que
sería casi imposible mantenernos en nuestras tradiciones y devociones, aunque
nos parezca un sinsentido. Un público al que, a pesar de todo, debemos estar
agradecidos, mientras felicitamos a la Virgen.




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