miércoles, 10 de diciembre de 2025

Inevitablemente necesario

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Félix Torres

Fray Enrique Mora junto a Mª Stma. de la Caridad y del Consuelo | Fotografía: Archivo Hdad. Jesús Despojado

10-12-2025

Estos días en que se abre al Adviento un calendario que quien más quien menos deshoja con la expectativa puesta en la noche de la Natividad, la coincidencia de días festivos laico-religosos, o laico-laicos (que ya no se sabe), en este pasado largo fin de semana, ha hecho de Salamanca una ciudad invadida por hordas de visitantes ávidos de luces y bocadillos de ibérico a doce euros la pieza, degustados ambos, luz y jamón, en la simultaneidad que permitía el propio trasiego de transeúntes bloqueando calles y plazas.

Días de Adviento que, si no es por lo que muchos de nosotros llevamos de herencia cristiana, pasarían más por unas fiestas de exaltación del turismo y del comercio local y virtual que por ser una de las celebraciones más entrañables de cuantas sustentan nuestra fe (sin perder de vista que no deja de ser un paso más hacia la verdadera Pascua de Resurrección).

Luces cada día más sin sentido y actividades masivas en las que el buenísmo woke nos lleva a que un astronauta sea protagonista e hilo conductor de la proyección municipal que ensalza la Navidad, si es que se puede llamar así (tanto al verbo como al sustantivo), pues no habrá siquiera una mínima referencia al motivo principal de la celebración, paganizando a los miles de observadores absortos en la fachada del Ayuntamiento, sin que brote una sola queja de lo visto en la dorada pantalla.

Colas interminables para presenciar un «espectáculo» de luces en el cada día más maltrecho Huerto de Calixto y Melibea, en gigantesca barahúnda que enlaza sin solución de continuidad con las «navideñas» casetas de unos jardines de Anaya inundados de olor a algodón de azúcar y manzanas de caramelo en un ambiente más septembrino, por lo de las ferias y fiestas, que de gorro y bufanda invernales.

Y mientras, entremezclado con todo ese maremagnum y pasando práctica o aparentemente desapercibido, un acto de Semana Santa o, mejor dicho, un acto cofrade se erigía en protagonista de la tarde del domingo. Una oración de felicitación a la Virgen, con fray Enrique Mora como felicitador protagonista, y un besamanos a esa misma Virgen congratulada, congregaban a cofrades y devotos en un recogimiento que intentaba evadirse, seguro que vanamente, de luces y bullas imposibles.

Una mezcla de tradición mal entendida (por los de fuera) y devoción íntima y sincera (por los de dentro) que bien puede servir de ejemplo extrapolable a los días de la Pasión. Cientos de gentes en guirigay jaranero visitante de templos e iglesias sin más fin que mirar o admirar las imágenes procesionales expuestas, al tiempo que otros intentan acercarse a ellas con una oración silenciosa y recogida casi desapercibida. Innumerables visitantes de jueves y viernes que no buscan dar más sentido a esos días que el propio de la escenificación, de la fiesta en su motivo más lúdico y de los días de vacación. Personas para quienes la Semana Santa cofrade es una completa desconocida más allá de lo que ven en las calles.

Sin embargo, tanto en Adviento como en Semana Santa, todos esos que hablan a gritos sin apenas caer en la cuenta de si su tono de voz pudiera ser molesto para quienes están felicitando a la Virgen u orando ante la imagen de su devoción minutos antes de salir en penitencia, son posiblemente los protagonistas inconscientes pero imprescindibles de esas festividades sin los que sería difícil no solo mantener sino, incluso, entender luces navideñas y procesiones pasionales. Son los que hacen que el ayuntamiento derroche miles de euros en llamativas luminarias y en actos paracofrades, aunque la equidistancia de la corrección política lleve a que sea un astronauta quien nos anuncie la Navidad, cuando bien podía haberse centrado el discurso en un Nacimiento que todos entendiéramos, o que sea la denominación de Fiesta de Interés Turístico la que haga llegar a ese público mero espectador de procesiones el sentido de lo que trasciende mucho más allá en el espíritu de muchos de nosotros.

Una marabunta bullanguera e, incluso, ignorante, sin la que sería casi imposible mantenernos en nuestras tradiciones y devociones, aunque nos parezca un sinsentido. Un público al que, a pesar de todo, debemos estar agradecidos, mientras felicitamos a la Virgen.



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