Todos, en algún momento de nuestra vida,
hemos escuchado la célebre frase «la mano que mece la cuna es la mano que
gobierna el mundo», atribuida al poeta estadounidense con raíces escocesas
William Ross Wallace (1865).
En este caso, el poeta elogia y destaca
el poder de las madres en la formación de futuras generaciones y, por ende, en
el futuro del mundo. No es un elogio menor si se reflexiona detenidamente sobre
ello.
Más allá de vínculos afectivos
evidentes, esta frase constituye una poderosa metáfora sobre la influencia
silenciosa capaz de transformar o condicionar de manera decisiva el curso de
los acontecimientos en cualquier ámbito de la sociedad. Su significado se ha
ampliado con el tiempo para abarcar cualquier forma de poder ejercido desde la
sombra, discreto, pero decisivo que determina el rumbo de los acontecimientos «meciendo
la cuna» según los intereses y necesidades de cada situación.
La cuna de la Semana Santa no es menos,
existe un tema recurrente, ampliamente comentado por otros compañeros en este
espacio cofrade, que considero necesario retomar. No solo porque los
acontecimientos recientes hacen inviable mirar hacia otro lado, sino porque su
solución corresponde a todos los que formamos parte del mundo cofrade; desde el
hermano de a pie, pasando por todas las cofradías, hermandades y congregaciones,
cuyas juntas de gobierno han de velar por el cumplimiento de sus reglas, hasta
quienes tienen la responsabilidad última de resolver los problemas que surgen.
No afrontarlo no es una opción; equivale a poner más obstáculos a un problema
que, con el tiempo, amenaza con hacerse mayor.
Me refiero a la aplicación, o falta de
aplicación, de las Normas de las Cofradías. La aprobación de estas Normas por
el entonces obispo de Salamanca D. Carlos López Hernández, el 28 de junio de
2019, siguen sin aplicarse íntegramente seis años después de su
promulgación.
Por ello, ciertas situaciones son
difíciles de comprender. Podemos encontrar hermanos cofrades en cargos
directivos sin tener finalizada la vida cristiana; hermanos cofrades que ni la
han iniciado y están sin bautizar; miembros de juntas directivas en situaciones
personales irregulares; hermanos mayores o presidentes sin tener el curso
diocesano para dirigentes de cofradías (que en su artículo 52 cita es de
obligado cumplimiento realizarlo); cofradías que, tras presentar sus cuentas en
asamblea general, no remiten el informe anual al obispado, omisión considerada
falta grave según el punto 4 del artículo 55 de las Normas para las Cofradías;
hermandades que tienen la obligación de solicitar audiencia y parecer al
ordinario del lugar, cuando quieran adquirir nuevos elementos o realizar
restauraciones, siempre que no superen los 12.000 euros (artículo 25, punto 1),
así como las donaciones que superen la misma cantidad también, deben solicitar
audiencia del ordinario para su aceptación (artículo 25, punto 2), y así un
largo etcétera.
Esta aplicación parcial e incoherente
del marco normativo resulta preocupante, lo que nació con un fin constructivo, «Dotar
a las cofradías y hermandades de un marco normativo diocesano que ayude y
oriente en su renovación espiritual y acción pastoral y contribuya a su
inserción eclesial», está produciendo el efecto contrario. En lugar de
favorecer el entendimiento y cooperación entre cofradías, hermandades y congregaciones,
para tender puentes entre todos, está levantando muros, genera tensiones y
provoca malestar y descontento, algo que ya se percibe con claridad.
Quienes nos sentimos cofrades, y por
ello parte de la Iglesia, echamos en falta ese respaldo institucional que
debería guiarnos con claridad, justicia y equidad, tal y como establecen las
propias Normas.
Llegados a este punto, ya no caben
excusas ni dilaciones. Las Normas existen, están aprobadas y deben cumplirse. O
las aplicamos todos, sin excepciones ni privilegios, o seguiremos alimentando
un problema que amenaza con desgastar nuestras cofradías. Solo cuando se actúe
con unidad y rigor, podremos construir la Semana Santa que Salamanca se merece.




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