lunes, 8 de diciembre de 2025

Via Mariae. Fijos los ojos en Cristo, de la mano de María

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P. Lino Herrero Prieto CMM



08-12-2025


Madre de la paz

Cristo es nuestra paz. Él ha venido a fin de reconciliar a todos los pueblos, derribando el muro que los separa y haciendo de ellos un único pueblo. Mucho le costó a Cristo conseguir para todos el don de la paz. En su cuerpo quedaron para siempre las señales del precio tan alto que tuvo que pagar. Inapreciable don el de la paz, ha ser pedido, conservado, repartido y merecido.

Cristo y sus dones tienen en ti, María, a su madre. Tú eres la Madre del Príncipe de la paz. Frente a los poderosos halcones de la guerra, está Cristo en tus manos como frágil paloma, portadora de una rama de olivo. Ataviada con el pañuelo judío y palestino, comienza, Madre, en tu propia tierra el trabajo por la paz y, luego, no dejes de continuarlo en todos los pueblos de la tierra.

Madre de la sabiduría

Jesús, el Hijo de María, es la sabiduría de Dios. Él nos habló del sabio que construye sobre roca y del necio que edifica sobre arena. Aceptar a Jesús como principio orientador de la propia existencia es ser sabios de verdad. Es de necios, sin embargo, escoger a cualquier ídolo y ponerse a su servicio. Vivir en Jesús, que es la Verdad, conjura todos los artificios del padre de las mentiras.

Juiciosa y sensata eres tú, María, Madre del que es la Sabiduría. Él te escogió como asiento donde reposar, sede desde donde presidir y cátedra desde donde enseñar. Ayúdanos, Madre, a dejarnos inspirar por el Espíritu y pon algo de la luz de la verdad en nuestros corazones, por el egoísmo cerrados, por la confusión desnortados, por el engaño desorientados, de necedad empachados.

Madre de los dolores

Abraza de nuevo la Madre al Niño de sus ojos; entonces fajado en pañales y ahora en una sábana amortajado. ¡Cuánto sabe de dolores la Madre Dolorosa! Señora de sus propios dolores, se hizo madre solidaria de Jesús, Varón de dolores, y aceptó venir a ser madre de todos los que sufren en su carne la mordedura del dolor, enseñándonos que con amor se soporta mejor el dolor.

Abrázanos, Señora de nuestros dolores, en la hora de nuestra muerte. Recógenos en tu seno y baña en lágrimas nuestros cuerpos. Indícanos la senda y espéranos en la puerta. Ciérranos los ojos y muéstranos a Jesús. Porque, dormidos en ti, Madre Dolorosa, queremos despertar en Dios, quien con gesto de madre enjugará y recogerá en su odre todas las lágrimas del mundo.

Madre de la tierra prometida

El pueblo de Israel soñaba que, al llegar a la tierra prometida, podría beber en abundantes manantiales de leche y miel. En Jesús Resucitado se cumplen estos sueños, pues allí donde se hace presente Jesús, el agua deviene en abundante vino de solera, los panes se multiplican, las redes se rompen por la abundancia de peces, la muerte deja paso a la vida. Él es nuestra anhelada patria.

En ti, María, están los manantiales de leche y miel. De la abundancia de los mismos bebió tu Hijo y en ellos bebemos los que ahora somos hijos tuyos. Tú eres el jardín replantado de la nueva creación. Al pasear por él gustamos y vemos qué bueno es el Señor. Tú eres la Madre de la tierra prometida, a donde, cual desterrados hijos de Eva, esperamos llegar, contigo reinar y en Dios descansar.

Virgen de las vírgenes

La belleza, anclada en la bondad y la verdad, salvará al hombre. Cristo, cuyo corazón es bueno como el pan y en cuyos labios se derrama la gracia de la verdad, es el más bello de los hombres, reflejo de la gloria del Padre. Fue su misión salvar al hombre de la suciedad de la ciénaga, y cimentando para siempre la vida de este en la bondad y en la verdad, devolverle a su belleza original.

Las flores no marchitas en tu mano, María, exhalan la lozanía de tu perenne juventud. El velo de ángeles que cubre tu rostro desvela tu belleza interior. Tu vestido inmaculado habla de una blancura jamás conocida. Eres, María, la novia del Espíritu. Siendo Virgen de las vírgenes, eres bendita entre todas las mujeres, pues de ti nació aquel que es el más bello de los hombres.

Aurora de la mañana

Dios es luz perpetua y en él no hay oscuridad. Nos envió a su Hijo como luz del mundo, quien vino a visitarnos como sol que nace de lo alto, para iluminar a los que viven en tinieblas y en sombras de muerte. Iluminados por él, hemos de caminar como hijos de la luz. Iluminados por él, hemos de compartir esta luz. Iluminados por él, hemos de salir a su encuentro con las lámparas encendidas.

De tu Hijo, María, creemos que es día sin ocaso. Y de ti, María, confesamos que eres el alba serena que anuncia la llegada del nuevo día. Tú eres la aurora de la mañana, que precede a la salida del sol. Cristo nace de ti, María, como el Sol invicto. En tus manos lo tienes y a nuestras manos lo entregas, para que prendamos de continuos amaneceres el cielo de la humanidad.

Estrella del mar

Mar inmenso y, sin embargo, criatura que ha salido de las manos de Dios. Las nieblas lo cubren como si fueran pañales y las nubes lo arropan como si fueran mantillas. Parece inconmensurable, pero Dios le ha puesto puertas y límites. Cristo hizo sentir su señorío sobre el mar: anduvo sobre sus aguas y calmó sus tempestades. Al final con la feliz marea de su sangre bañó todas nuestras playas.

María, tú eres patrona de todos los que, de alguna manera, somos gentes del mar. Si desorientados, a ti te buscamos como potente faro luminoso. Si náufragos, a ti te invocamos como esperada tabla de salvación. Si zarandeados, en ti encontramos ancla firme de sujeción. Tú eres la hermosa estrella del mar, que nos conduces a Dios, puerto final y seguro de toda navegación.

Puerta del cielo

Yo soy la puerta de par en par abierta, dijo de sí Jesús, el Hijo de Dios e Hijo de María. Salió del Padre para venir a nosotros y, habiéndonos enseñado el camino de vuelta al Padre, entró en el cielo, dejando detrás de sí la puerta abierta. Tiene Jesús una herida abierta en su costado, que es la misma puerta del cielo. Por esa puerta lateral nos viene el cielo y por ella entramos en el cielo.

Yo sé, María, que también eres puerta. Te abriste al querer de Dios y nos abriste así el acceso al cielo. Cuando termine nuestra peregrinación, danos la bienvenida en la entrada misma del cielo y señálanos la puerta. Tómanos de la mano y entra con nosotros. Muéstranos a Jesús, fruto bendito de tu vientre y Niño de tus ojos. Él será nuestra herencia y recompensa. Él será nuestro cielo.

Reina de los ángeles

Nuestra fe nos dice que nuestro Dios vive rodeado de ángeles. Creados por él, comparten su vida. Gobernados por él, están a sus órdenes. Inspirados por él, de continuo le alaban con música nunca oída. Enviados por él, son mensajeros de buenas nuevas. Viendo de continuo el rostro de Dios, guardan nuestros pasos en el camino de la paz y se alegran cuando los hijos alejados vuelven al hogar.

Nuestros ángeles han encontrado en ti, María, la realización acabada de lo que Dios espera de ellos. Te tienen por modelo los ángeles con alas y aquellos otros ángeles sin alas y que llamamos: padres, hijos, hermanos, amigos y compañeros, sacerdotes y consagrados, maestros y catequistas, médicos y sicólogos, policías y bomberos…  Tú eres la Reina y Señora de todos ellos.

Reina de los apóstoles

Salió el sembrador a sembrar… Es María la sembradora de la mejor de las semillas: la semilla del Evangelio. Echad las redes… Es María la que sostiene en su actividad a los pescadores de hombres. Id por todo el mundo… Es María la primera misionera, que nos mostró y entregó al esperado de los tiempos. Ella, al darnos gratis lo que gratis recibió, se convirtió en la Reina de los apóstoles.

Sigue siendo, María, la Reina protectora e inspiradora de los sembradores del Evangelio, de los pescadores de hombres, de los misioneros de tu Hijo. Reina de los mensajeros, de los enviados, de los que anuncian el Reino de Dios. Reina de los que colaboran en la viña del Señor, de los que viven según el Evangelio, de los que rezan y se sacrifican por la evangelización de los pueblos.

Reina de los santos

Tres veces santo es nuestro Dios. Junto a él, en asamblea festiva, están los que son sus santos. Y entre ellos, como su Reina, está Santa María. ¿Por qué será que esta contemplación, lejos de espantarnos, nos atrae? Algo nos asegura que eso de ser santos es lo más auténtico. Y es que la intuición no nos engaña: Dios nos ha soñado santos y los sueños de Dios son vocación y no opción.

Tú nos quieres, María, junto a ti. Nos quieres santos como santos son ya familiares, amigos y conocidos, que nos precedieron. Ayúdanos a pisar la serpiente y danos el antídoto contra su veneno. Ruega por nosotros, entretenidos con y despistados por el pecado. Correremos tras el rastro de tu perfume, pues tu santidad, al atraernos nos estimula y al orientarnos nos humaniza.

Reina del universo

Rey del universo es Cristo para nosotros. Su señorío, aunque oculto, se mantiene activo como la levadura. Rey y también mendigo, que llama a la puerta de todo lo nuestro, para que le dejemos entrar y renovar así desde dentro todas las cosas. Mientras esperamos activos la llegada en plenitud de su reino, nos comprometemos a ser misioneros del mismo: sus voceros y constructores.

Reina eres tú, María. Cristo te ha coronado de belleza y serena majestad. El universo entero se recrea al contemplar tu belleza. Sé Reina también del pequeño universo de nuestro corazón y arregla en él el caos que venimos acumulando. Mujer vestida de sol y celestial princesa, siembra por doquier la armonía de Dios y todos podremos correr tras el olor de tus perfumes.


San Bernardo, enamorado de Cristo y juglar de María, nos recuerda que «Jesús es miel en los labios, melodía en los oídos y alegría en el corazón». Y para que podamos ver a Jesús, el mismo san Bernardo nos dice: «Mira a la estrella. Invoca a María». Y argumenta así esta su invitación: «En los peligros, en las angustias, en las dudas, piensa en María, invoca a María. No se aparte María de tu boca, no se aparte de tu corazón; y para conseguir su ayuda intercesora no te apartes tú de los ejemplos de su virtud. No te desencaminarás si la sigues, no te desesperarás si la ruegas, no te perderás si en ella piensas. Si ella te tiene de su mano, no caerás; si te protege, nada tendrás que temer; no te fatigarás si es tu guía; llegarás felizmente al puerto si ella te ampara».

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