Madre
de la paz
Cristo es nuestra paz. Él ha venido a fin
de reconciliar a todos los pueblos, derribando el muro que los separa y
haciendo de ellos un único pueblo. Mucho le costó a Cristo conseguir para todos
el don de la paz. En su cuerpo quedaron para siempre las señales del precio tan
alto que tuvo que pagar. Inapreciable don el de la paz, ha ser pedido,
conservado, repartido y merecido.
Cristo y sus dones tienen en ti, María, a
su madre. Tú eres la Madre del Príncipe de la paz. Frente a los poderosos
halcones de la guerra, está Cristo en tus manos como frágil paloma, portadora
de una rama de olivo. Ataviada con el pañuelo judío y palestino, comienza,
Madre, en tu propia tierra el trabajo por la paz y, luego, no dejes de
continuarlo en todos los pueblos de la tierra.
Madre
de la sabiduría
Jesús, el Hijo de María, es la sabiduría de Dios. Él nos habló del sabio
que construye sobre roca y del necio que edifica sobre arena. Aceptar a Jesús como
principio orientador de la propia existencia es ser sabios de verdad. Es de
necios, sin embargo, escoger a cualquier ídolo y ponerse a su servicio. Vivir
en Jesús, que es la Verdad, conjura todos los artificios del padre de las mentiras.
Juiciosa y sensata eres tú, María, Madre del que es la Sabiduría.
Él te escogió como asiento donde reposar, sede desde donde presidir y cátedra
desde donde enseñar. Ayúdanos, Madre, a dejarnos inspirar por el Espíritu y pon
algo de la luz de la verdad en nuestros corazones, por el egoísmo cerrados, por
la confusión desnortados, por el engaño desorientados, de necedad empachados.
Madre de los dolores
Abraza de nuevo la Madre al Niño
de sus ojos; entonces fajado en pañales y ahora en una sábana amortajado.
¡Cuánto sabe de dolores la Madre Dolorosa! Señora de sus propios dolores, se
hizo madre solidaria de Jesús, Varón de dolores, y aceptó venir a ser madre de
todos los que sufren en su carne la mordedura del dolor, enseñándonos que con
amor se soporta mejor el dolor.
Abrázanos,
Señora de nuestros dolores, en la hora de nuestra muerte. Recógenos en tu seno
y baña en lágrimas nuestros cuerpos. Indícanos la senda y espéranos en la
puerta. Ciérranos los ojos y muéstranos a Jesús. Porque, dormidos en ti, Madre
Dolorosa, queremos despertar en Dios, quien con gesto de madre enjugará y
recogerá en su odre todas las lágrimas del mundo.
Madre
de la tierra prometida
El pueblo de Israel soñaba que, al llegar a la tierra prometida, podría
beber en abundantes manantiales de leche y miel. En Jesús Resucitado se cumplen
estos sueños, pues allí donde se hace presente Jesús, el agua deviene en
abundante vino de solera, los panes se multiplican, las redes se rompen por la
abundancia de peces, la muerte deja paso a la vida. Él es nuestra anhelada
patria.
En ti, María,
están los manantiales de leche y miel. De la abundancia de los mismos bebió tu
Hijo y en ellos bebemos los que ahora somos hijos tuyos. Tú eres el jardín
replantado de la nueva creación. Al pasear por él gustamos y vemos qué bueno es
el Señor. Tú eres la Madre de la tierra prometida, a donde, cual desterrados
hijos de Eva, esperamos llegar, contigo reinar y en Dios descansar.
Virgen
de las vírgenes
La belleza, anclada en la bondad y la verdad, salvará al hombre. Cristo,
cuyo corazón es bueno como el pan y en cuyos labios se derrama la gracia de la
verdad, es el más bello de
los hombres, reflejo de la gloria del Padre. Fue su misión salvar al hombre de
la suciedad de la ciénaga, y cimentando para siempre la vida de este en la
bondad y en la verdad, devolverle a su belleza original.
Las flores no marchitas en tu
mano, María, exhalan la lozanía de tu perenne juventud. El velo de ángeles que
cubre tu rostro desvela tu belleza interior. Tu vestido inmaculado habla de una
blancura jamás conocida. Eres, María, la novia del Espíritu. Siendo Virgen de
las vírgenes, eres bendita entre todas las mujeres, pues de ti nació aquel que
es el más bello de los hombres.
Aurora
de la mañana
Dios es luz perpetua y en él no hay
oscuridad. Nos envió a su Hijo como luz del mundo, quien vino a visitarnos como
sol que nace de lo alto, para iluminar a los que viven en tinieblas y en
sombras de muerte. Iluminados por él, hemos de caminar como hijos de la luz.
Iluminados por él, hemos de compartir esta luz. Iluminados por él, hemos de
salir a su encuentro con las lámparas encendidas.
De tu Hijo, María, creemos que es día sin ocaso. Y
de ti, María, confesamos que eres el alba serena que anuncia la llegada del
nuevo día. Tú eres la aurora de la mañana, que precede a la salida del sol.
Cristo nace de ti, María, como el Sol invicto. En tus manos lo tienes y a
nuestras manos lo entregas, para que prendamos de continuos amaneceres el cielo
de la humanidad.
Estrella
del mar
Mar inmenso y, sin embargo, criatura
que ha salido de las manos de Dios. Las nieblas lo cubren como si fueran
pañales y las nubes lo arropan como si fueran mantillas. Parece
inconmensurable, pero Dios le ha puesto puertas y límites. Cristo hizo sentir
su señorío sobre el mar: anduvo sobre sus aguas y calmó sus tempestades. Al
final con la feliz marea de su sangre bañó todas nuestras playas.
María, tú eres patrona de todos
los que, de alguna manera, somos gentes del mar. Si desorientados, a ti te
buscamos como potente faro luminoso. Si náufragos, a ti te invocamos como
esperada tabla de salvación. Si zarandeados, en ti encontramos ancla firme de
sujeción. Tú eres la hermosa estrella del mar, que nos conduces a Dios, puerto
final y seguro de toda navegación.
Puerta
del cielo
Yo soy la puerta de par en par abierta, dijo de sí Jesús, el Hijo de Dios
e Hijo de María. Salió del Padre para venir a nosotros y, habiéndonos enseñado
el camino de vuelta al Padre, entró en el cielo, dejando detrás de sí la puerta
abierta. Tiene Jesús una herida abierta en su costado, que es la misma puerta
del cielo. Por esa puerta lateral nos viene el cielo y por ella entramos en el
cielo.
Yo sé, María, que también eres
puerta. Te abriste al querer de Dios y nos abriste así el acceso al cielo.
Cuando termine nuestra peregrinación, danos la bienvenida en la entrada misma
del cielo y señálanos la puerta. Tómanos de la mano y entra con nosotros. Muéstranos a Jesús, fruto bendito de tu vientre y Niño de
tus ojos. Él será nuestra herencia y recompensa. Él será nuestro cielo.
Reina
de los ángeles
Nuestra fe nos dice que nuestro
Dios vive rodeado de ángeles. Creados por él, comparten su vida. Gobernados por
él, están a sus órdenes. Inspirados por él, de continuo le alaban con música
nunca oída. Enviados por él, son mensajeros de buenas nuevas. Viendo de
continuo el rostro de Dios, guardan nuestros pasos en el camino de la paz y se
alegran cuando los hijos alejados vuelven al hogar.
Nuestros ángeles han encontrado
en ti, María, la realización acabada de lo que Dios espera de ellos. Te tienen
por modelo los ángeles con alas y aquellos otros ángeles sin alas y que
llamamos: padres, hijos, hermanos, amigos y compañeros, sacerdotes y
consagrados, maestros y catequistas, médicos y sicólogos, policías y
bomberos… Tú eres la Reina y Señora de
todos ellos.
Reina
de los apóstoles
Salió el sembrador a sembrar… Es María la sembradora de la mejor de las
semillas: la semilla del Evangelio. Echad las redes… Es María la que sostiene
en su actividad a los pescadores de hombres. Id por todo el mundo… Es María la
primera misionera, que nos mostró y entregó al esperado de los tiempos. Ella,
al darnos gratis lo que gratis recibió, se convirtió en la Reina de los
apóstoles.
Sigue siendo, María, la Reina protectora e inspiradora de los
sembradores del Evangelio, de los pescadores de hombres, de los misioneros de
tu Hijo. Reina de los mensajeros, de los enviados, de los que anuncian el Reino
de Dios. Reina de los que colaboran en la viña del Señor, de los que viven
según el Evangelio, de los que rezan y se sacrifican por la evangelización de
los pueblos.
Reina
de los santos
Tres veces santo es nuestro Dios. Junto a él, en asamblea festiva, están
los que son sus santos. Y entre ellos, como su Reina, está Santa María. ¿Por
qué será que esta contemplación, lejos de espantarnos, nos atrae? Algo nos
asegura que eso de ser santos es lo más auténtico. Y es que la intuición no nos
engaña: Dios nos ha soñado santos y los sueños de Dios son vocación y no opción.
Tú
nos quieres, María, junto a ti. Nos quieres santos como santos son ya
familiares, amigos y conocidos, que nos precedieron. Ayúdanos a pisar la
serpiente y danos el antídoto contra su veneno. Ruega por nosotros,
entretenidos con y despistados por el pecado. Correremos tras el rastro de tu
perfume, pues tu santidad, al atraernos nos estimula y al orientarnos nos
humaniza.
Reina
del universo
Rey del universo es Cristo para
nosotros. Su señorío, aunque oculto, se mantiene activo como la levadura. Rey y
también mendigo, que llama a la puerta de todo lo nuestro, para que le dejemos
entrar y renovar así desde dentro todas las cosas. Mientras esperamos activos
la llegada en plenitud de su reino, nos comprometemos a ser misioneros del
mismo: sus voceros y constructores.
Reina eres tú, María. Cristo te
ha coronado de belleza y serena majestad. El universo entero se recrea al
contemplar tu belleza. Sé Reina también del pequeño universo de nuestro corazón
y arregla en él el caos que venimos acumulando. Mujer vestida de sol y
celestial princesa, siembra por doquier la armonía de Dios y todos podremos
correr tras el olor de tus perfumes.
San Bernardo, enamorado de Cristo y juglar de María, nos recuerda que «Jesús es miel en los labios, melodía en los oídos y alegría en el corazón». Y para que podamos ver a Jesús, el mismo san Bernardo nos dice: «Mira a la estrella. Invoca a María». Y argumenta así esta su invitación: «En los peligros, en las angustias, en las dudas, piensa en María, invoca a María. No se aparte María de tu boca, no se aparte de tu corazón; y para conseguir su ayuda intercesora no te apartes tú de los ejemplos de su virtud. No te desencaminarás si la sigues, no te desesperarás si la ruegas, no te perderás si en ella piensas. Si ella te tiene de su mano, no caerás; si te protege, nada tendrás que temer; no te fatigarás si es tu guía; llegarás felizmente al puerto si ella te ampara».




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