martes, 16 de diciembre de 2025

Las preguntas de las cofradías al final del primer cuarto del siglo XXI

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Juan Manuel Lorenzo Díez

Hermandad del Santísimo Cristo del Amor y de la Paz | Fotografía: Pablo de la Peña

16-12-2025


Aunque la Semana Santa hunda sus raíces en la época medieval, o al menos en la Edad Moderna —ya sea antes o después del barroco siglo XVII—, puede afirmarse que, en términos generales, prácticamente todas las Semanas Santas de nuestro país se han configurado o reconfigurado durante el siglo XX. Fue entonces cuando se rediseñaron las viejas hermandades, surgieron otras nuevas, se crearon numerosos pasos y se realizó una aportación ingente al patrimonio cofrade en todas sus manifestaciones. A ello se suman la revisión, el análisis y la publicación de la historia de cada lugar, así como el surgimiento de eventos cofradieros —congresos, encuentros, certámenes…— que fueron más allá de la celebración propia de cada localidad. En definitiva, un largo etcétera que convierte al siglo pasado en un período especialmente fértil, cargado de historia y de historias para la Semana Santa en general y para cada una de las cofradías en particular.

Es cierto que, como en toda obra humana, siempre hubo cosas que se podrían haber hecho mejor, pero aun así el balance del siglo XX puede considerarse claramente positivo. Y aunque la evolución siempre sea algo constante, casi imperceptible en ocasiones, los primeros veinticinco años del siglo XXI han supuesto, en gran medida, una prolongación natural de las dinámicas que se consolidaron en las últimas décadas del siglo anterior.

Sin embargo, ahora que estamos a punto de cerrar el primer cuarto del siglo XXI, vuelven a plantearse las preguntas que tantas veces nos hemos hecho: ¿cuál será el futuro de nuestras hermandades? y ¿cuál es realmente el camino a seguir? A mi juicio, creo que debemos continuar trabajando en todas las líneas anteriormente mencionadas —y, por supuesto, seguir llevando a la calle nuestras tradicionales procesiones—. Por otro lado, resulta evidente que el futuro de la Semana Santa dependerá, en gran medida, de nuestra capacidad para ilusionar, formar y comprometer a quienes nos sucedan, de modo que puedan custodiar este legado y fortalecer su vínculo con la sociedad de la que nace y a la que sirve. No obstante, en un mundo que se reinventa a un ritmo vertiginoso, resulta inevitable preguntarse si la Semana Santa será capaz de transformarse y superarse a sí misma con la misma audacia con la que lo hicieron las generaciones del siglo XX, que supieron renovarla dejando un legado muy valioso. Quizá, como en tantas ocasiones, solo el tiempo y la experiencia —el inevitable ensayo y error— revelarán cómo evolucionarán las cofradías y qué papel desempeñarán en las próximas décadas.

Por tanto, en última instancia, cabe hacerse una pregunta decisiva: ¿qué debemos hacer hoy para que quienes vivan en el siglo XXII miren nuestro legado con reconocimiento y gratitud? Quedan setenta y cinco años para trabajar en ello.


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