lunes, 1 de diciembre de 2025

Rendir cuentas

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Tomás González Blázquez

La parábola de los talentos. Vidriera de la iglesia de St Mary Abbots, Kensington (Londres)

01-12-2025

Dijo, pues: Un hombre noble se marchó a un país lejano para conseguirse el título de rey, y volver después. Llamó a diez siervos suyos y les repartió diez minas de oro, diciéndoles: «Negociad mientras vuelvo». (…) Cuando regresó de conseguir el título real, mandó llamar a su presencia a los siervos a quienes había dado el dinero, para enterarse de lo que había ganado cada uno. 

La parábola de los talentos en Mateo equivale en Lucas a la de las minas de oro, con la que enseña Jesús recién entrada la salvación en casa de Zaqueo y a punto de entrar la salvación, a lomos de un pollino, en la ciudad de Jerusalén. Así de simbólica es su ubicación en el relato del evangelista médico.

Nos ilumina ahora que en muchas cofradías, al menos las que tienen establecida una rendición de cuentas a estas alturas del año, semanas arriba o abajo, las juntas de gobierno se esfuerzan en elaborar su memoria de actividades, su balance de ingresos y gastos y su presupuesto y plan de actuación para el siguiente ejercicio, con vistas a explicarse ante el conjunto de hermanos convocados a cabildo o asamblea general y recabar de ellos el respaldo a la gestión, después de las pertinentes aclaraciones y precisiones.

Más allá del resultado de la votación y de la respuesta a la convocatoria, sin duda importantes, tiene valor en sí mismo ese proceso de evaluación que permite repasar todo un año de «negocio» mientras vuelve el que volverá «el día que menos pensemos», como se nos recordaba ayer en el comienzo del adviento. ¿Hemos negociado bien nuestra mina? Porque hay cofradías que son vetas de oro puro, aunque cueste extraerlo, aunque parezca a veces que no cunde la faena. Quizá todo ese esfuerzo haya contado con el favor de los cofrades, se haya avanzado mucho, y tengamos diez veces más de lo que recibimos, salvando las distancias porque no todo es cuantificable. O acaso el crecimiento sea más lento, más sigiloso, y se pueda valorar en cinco veces más. Sin embargo, si hemos decidido envolver la mina en un pañuelo y devolverla sin mayor compromiso, por miedo a la exigencia, hemos de convenir en que no habremos sido nada exigentes con nosotros mismos.

Bien está, por supuesto, que se informe con nitidez y trasparencia a los cofrades de lo negociado durante el año, que sepan qué ha sido de su mina. Igual que se hará en la Junta de Semana Santa con el habitual pleno de diciembre y en la Coordinadora Diocesana de Cofradías cuando celebre el segundo pleno anual antes de que termine el año. Bien está que, una vez aprobadas las cuentas de cada cofradía y de las juntas en que se agrupan, se pongan en conocimiento del obispo tal y como establecen las Normas Diocesanas de Cofradías en su artículo 23, todavía pendiente de facilitarse el formato único en el que presentarlas. Bien está que progresemos en la gestión cuidadosa y sostenible de los bienes, siempre sometidos a los fines de nuestras asociaciones de fieles y a la misión de la Iglesia.

Siendo bueno todo ello, la rendición de cuentas permite más que nada que, cada cofrade que circunstancialmente asume un servicio a la hermandad en un cargo directivo, recuerde el inaplazable examen de conciencia que a todos conviene: ¿habremos negociado bien nuestros talentos y minas, nuestros dones recibidos gratis para gratis ser dados?, ¿podemos decir «somos siervos inútiles, hemos hecho lo que teníamos que hacer»? Porque vino, como nos recordará la Navidad, y vendrá, como nos recuerda el adviento. Que nunca falte entonces aceite en nuestras lámparas.



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