31-12-2025
Llegando
ya al final del año gregoriano, y el comienzo del año litúrgico, durante el
tiempo de Adviento, la liturgia celebra con frecuencia y de modo ejemplar a la
Virgen María; exalta la actitud de fe y de humildad con que María de Nazaret se
adhirió al proyecto salvífico de Dios. También la piedad popular dedica, en el
tiempo de Adviento, una atención particular a Santa María; lo atestiguan de
manera inequívoca diversos ejercicios de piedad y, sobre todo, las novenas de
la Inmaculada y de la Navidad.
La
solemnidad de la Inmaculada que celebramos el día 8 de diciembre, profundamente
sentida por los fieles, da lugar a muchas manifestaciones de piedad popular,
cuya expresión principal es la novena de la Inmaculada. No hay duda de que el
contenido de la fiesta de la Concepción purísima y sin mancha de María,
en cuanto preparación fontal al nacimiento de Jesús, se armoniza bien con
algunos temas principales del Adviento.
Esta
piedad popular a la Santísima Virgen, diversa en sus expresiones y profunda en
sus causas, es un hecho eclesial relevante y universal. Nació de la fe y del
amor del pueblo de Dios con la percepción de la misión salvífica que Dios ha
confiado a María de Nazaret, para quien la Virgen no es solo la Madre del Señor
y del Salvador, sino también, en el plano de la gracia, la Madre de todos los
hombres.
Esta
piedad popular, como digo, se manifiesta especialmente en un hecho sin
precedentes en la historia de un pueblo de Castilla-La Mancha, donde los
lugareños celebran con gozo sus fiestas, participan con gusto en sus
procesiones, acuden en peregrinación a sus ermitas, les gusta cantar en su
honor y le presentan ofrendas votivas. No permiten que ninguno la ofenda e
instintivamente desconfían de quien no la honra.
Como
cada diciembre desde tiempo inmemorial, el pueblo de Horcajo de Santiago se
transforma en la tarde del 7 de diciembre para celebrar su fiesta más
emblemática, conocida como el Vítor, una tradición única declarada de
Interés Turístico Regional. Durante dos días, el pueblo entero rinde homenaje a
su patrona, la Virgen Inmaculada Concepción, con una de las manifestaciones de
fe y cultura popular más impresionantes de España.
A
las 19:59 horas el silencio en el interior de la iglesia parroquial se puede
romper con una cuchilla de afeitar para que las ocho de la noche, con el primer
sonido de la campana de la torre, el párroco comienza a entonar la Salve en el
interior de una más que abarrotada iglesia, delante de la imagen procesional.
La Inmaculada Concepción representa a la Virgen María libre de pecado desde su
concepción, siendo un ejemplo de pureza y protección divina. Su imagen,
venerada en la iglesia parroquial es trasladada por los caballeros y recibida
con alegría y solemnidad en cada calle del pueblo.
Todo
el pueblo acompaña, como una sola voz, cantando la plegaria a la Virgen. Son
apenas tres minutos donde las emociones de los lugareños se rompen. Al acabar
la Salve, arranca el bullicio y con él el momento central y culmen de la
fiesta: la procesión del estandarte. El estandarte de la Inmaculada
Virgen María aparece por la sacristía a los sones de ¡Vítor! Más de una hora
vitoreando en la iglesia hasta que, cuando el pueblo quiere, comienza la
procesión en la que se entrega el estandarte a tres caballeros a caballo situada
a la puerta de la iglesia.
Tres
caballeros que en sus caballos engalanados recorren todas las calles del pueblo
portando la imagen de la Virgen. Durante toda la noche y día siguiente recorren
kilómetros de calles iluminadas con hogueras, vítores y cánticos.
¡Vítor
la Purísima Concepción de María Santísima concebida sin mancha de pecado
original!
¡¡Vítor,
Vítor!!
Los
vecinos reciben a la Virgen con vítores, cánticos y luces, reafirmando la
unidad y devoción del pueblo. Intuyen la santidad inmaculada de la Virgen, y
venerándola como reina gloriosa en el cielo, están seguros de que ella, llena
de misericordia, intercede en su favor, y por tanto imploran con confianza su
protección. Los más pobres la sienten especialmente cercana. Saben que fue
pobre como ellos, que sufrió mucho, que fue paciente y mansa.
El
Vítor no es solo una fiesta: es la expresión popular de la identidad de un
pueblo que, año tras año, abre sus puertas a quienes desean compartir
tradición, emoción y fe en un ambiente único e inolvidable.
La
conocida como la procesión más larga de la cristiandad, orgullo y
tradición de esta pequeña localidad manchega, no tiene hora fija de
finalización; termina cuando el pueblo lo decide.
Hasta
que el pueblo quiera.




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