viernes, 10 de febrero de 2023

¿A nuestro obispo le interesa la Semana Santa?

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 J. M. Ferreira Cunquero

Foto | jmfcunquero

 10-02-2023

Solamente pensar en que puede haber gente (dicen que cristianos) haciendo conjeturas sobre la respuesta que debería darse al título que preside estas letras, es como para sentir un profundo escalofrío y esa enorme pesadumbre que podría llevarnos a pensar que la idiotez se reparte como limosna en las puertas de las iglesias.

¿Cómo podría haber un obispo que no tuviese interés por proclamar, vivir y trasmitir el ciclo pascual, si es base y fundamento de todo lo que sostiene nuestra fe?

Claro que el problema empieza cuando capucheamos pensando que las cofradías y las procesiones, con sus dimes y diretes, incluidas las balconadas donde se cuelgan las sandeces del chismorreo, deben ser el epicentro del hecho fundamental cristiano. Vamos que la Semana Santa con todo lo que representa debe sostener su hegemonía fundamental en el poderío de los Sagrados Titulares de las distintas cofradías.

¿Para qué nos hace falta la otra Semana Santa? la de olor a rollo y sacristía, si nuestras pesadumbres nos hacen vivir fuertes emociones encharcadas en lágrimas que brotan con sinceridad de lo más dentro. Oye tú, que esas prodigiosas tallas te escuchan y entienden tus penalidades por muy duras que estas sean, si vives lo que mola, que es cargar con ellas en borrachera de emoción por la calle, entre vítores y aplausos. Ante esto, solo cabe dar las gracias al Titular de turno entre oraciones e inciensos por sus apaños y compensaciones milagrosas, mientras queda claro para algunos, que los hermanos de fila son meros acompañantes de la excelsa vivencia que solo pueden vivir quienes se escacharran los hombros o el cuello debajo de la madera.

El obispo que se meta en sus cosas, dice algunas veces la pobre ignorancia que surca tantas veces los poblados semansanteros del absurdo cutrerío.

Claro que todo esto tiene que ver con la militancia cofrade radical que da la nota, ya que en contraposición se da ese otro fenómeno que defiende los contornos cofrades como baluartes de la Iglesia, sin concesiones a lo que predicaba nuestro inolvidable Francisco Rodríguez Pascual, como sacerdote y antropólogo experto en todo lo que tenía que ver con la religiosidad popular.

Las aclaraciones a estas dos posturas encontradas y sin signos de solución, nos las apuntaba en un artículo magistral en  Pasión en Salamanca, nuestro hermano y contertulio Conrado Vicente, al darle suma importancia a esa respetuosa pertenencia a la tradición, que acoge incluso a quienes habiéndose alejado de la Iglesia, no fallan cada año en el acompañamiento a cualquiera de las imágenes que formaron desde siempre parte del entronque familiar costumbrista. Y ahí entra lo que decía el sabio carbajalino, cuando argumentaba como sacerdote comprensivo y cercano, que nadie puede juzgar lo que un nazareno piensa en el andar silencioso de cualquier madrugada.

Una oración de alguien alejado de nuestra Iglesia —decía él— seguramente para el Señor, tiene más importancia que esas rutinas oracionales que brotan inconscientes en muchas ocasiones, cuando nos vamos con el pensamiento por los cerros de los Arapiles.

El mundo cofrade acoge y debe acoger a cualquier persona que tenga interés por sumarse a esta manifestación que va mucho más allá del hecho religioso, pues aun siendo imprescindible este, el aspecto cultural y folclórico —esperemos que ya se pueda mencionar esta palabra sin causar daño a nadie— sirve incluso para justificar la implicación de instituciones y ayuntamientos, manejados por alcaldes que se vanaglorian predicando su ateísmo.

Por encima de todo está el gesto de la acogida y la fraternidad que debe presidir como ejemplo de la idiosincrasia de cualquier cofradía. Luego debería aparecer el simple intento de promover el apostolado más sencillo y contiguo, que pueda generar la incitación a buscar algo más que cumplir con un proceso cotidiano de vestir un hábito por esas benditas calles, que llenas de gente generan la acogida de un impresionante espectáculo de estéticas y músicas incomparables.

Pero se me antoja, que conviviendo todos los intereses personales que deben acoger a cualquier cofrade en este tiempo de mediocridades y anticlericalismo, estamos obligados a identificar como cristianos, donde está la fuente de la autenticidad que justifica pasear por las calles —sería puro escándalo sin la coartada religiosa— a un hombre torturado y muerto sobre la cruz.

 


 

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